Los padres y los profesores de los años 80 y 90 se quedaban maravillados con el niño que era capaz de esculpir una chuleta con un compás sobre la superficie de un boli Bic. Era también muy aplaudido, nunca delante suyo, el que copiaba la tabla periódica de los elementos en un papel enrollado de diminutas dimensiones. Malditos genios.

Hoy esa habilidad se ha trasladado al móvil, con similar pasmo por parte de la parroquia adulta, que se ha quedado a años luz de los conocimientos de la chavalada. El teléfono, lejos de ser considerado un valor en la educación, se percibe como un obstáculo, una alienación de la realidad. Algo habrá de eso, pero tampoco hay un mañana sin celulares, sin internet.