TLtas personas que reconocen sus errores en público deberían obtener alguna de esas menciones especiales que se publican hasta en los boletines oficiales. Si, además, las razones que se alegan son sensatas, a uno no le duelen prendas para quitarse el sombrero. Algo así pensé hace un par de semanas, cuando escuché que Monago renunciaba a ser senador argumentando razones personales que me parecieron ejemplares: la vida familiar de las personas es mucho más importante que la vida política, y difícilmente se puede ser concejal a tiempo completo en una ciudad importante, con muchas áreas de gobierno a su cargo, diputado regional, senador y presidente provincial del partido. Cuando escuché sus razonamientos entre el primer sí y el primer no, me parecieron convincentes, lógicos y muy humanos, porque yo en su lugar también habría antepuesto estar más tiempo con mis hijos pequeños que todo el oro de la corte madrileña. Lo que no se entiende es la segunda marcha atrás del concejal pacense: uno puede tomar una decisión precipitada, desdecirse, reflexionar pausadamente, pedir disculpas y quedar como un señor, pero rectificar sobre lo rectificado en función del poder de convicción del interlocutor de turno, acaba por ser el descrédito total de quien es como una veleta. Cuando escribo estas líneas, el resultado provisional del culebrón es que Monago, finalmente, va a Madrid como senador. Hoy no sé cómo habrá terminado todo, pero me pregunto dónde habrán quedado aquellos argumentos sólidos de hace apenas diez días y si podremos volver a creer alguna promesa de quien pasa del sí al no con tanta facilidad.