La bellísima plaza de la valenciana calle de Xátiva acoge, tras la de Olivenza, la segunda feria más importante del año. Es como un Coliseo, el romano, pero más chiquito y como más nuestro. Tiene muchísima historia y la sigue conservando por tantos y tantos buenos aficionados que pueblan sus tendidos o gradas, que en Valencia tienen nombres peculares. Que si nayas, o no sé qué vamos a explicar.

Lo cierto, de la corrida de ayer, es que hay que contar. Lo primero, que el lote se lo llevó Enrique Ponce. A uno le defraudó la corrida de Domingo Hernández que, mitad y mitad, también era de Garcigrande. Es lo mismo, pues son los dos hierros de la casa. Domingo Hernández nos dejó hace muy poco, y su hijo Justo va a seguir la senda de su padre.

La corrida, en cuanto a toros, dejó poco para el recuerdo. Fue un encierro manejable pero, entendámonos, lo bueno, lo bueno de verdad, es cuando los toros meten la cara hasta el final y por abajo. Y en eso lo de Domingo Hernández y Garcigrande estuvo flojita.

Enrique Ponce ayer tiró de mando en plaza, en su plaza de Valencia, y salió a hombros por méritos propios. Tuvo el mejor lote. Hizo lo que hay que procurar y hacer siempre, que es mejorar a los toros que a un torero le caen en suerte, o en desgracia. Y hacerles ir a más. Y hacerles dos faenas con argumento. ¿Y qué es eso de hacer una faena a un toro con argumento? Pues llevarlo, enseñarlo a embestir, pues los toros no nacen sabiéndolo hacer. Y que, a medida que va embistiendo, que la faena vaya a más, que responda a un porqué, que no decaiga. Y que al que lo ve le deje una sensación de plenitud. Es, si ustedes me permiten un símil, como cuando uno disfruta de una bella canción.

Las dos faenas de Ponce así fueron. La primera fue de toreo menos enjundioso. Fue más de toreo de no rematar cada muletazo, de toreo más de ponerse y más de estar y de llevar, más de toreo noria. Fue una faena más liviana. La segunda tuvo mucho más fondo, más de contar.

Tuvo lo que ya es un seguir y seguir contando de este torero. Contar de cómo no hay que dejarse tocar la muleta; de cómo la ligazón es importantísima y de cómo es eso de estar elegante, de qué es eso del sentimiento y de que brote la belleza. No fue la de Ponce una faena arrebatadora, pero fue un trasteo de mucho porqué, pues dictó una lección de cómo hay que mejorar a un toro y cómo hay que sacar su buen fondo. Todo adornado tras hacer el toreo bueno, con las porcinas finales.

Antes, para el recuerdo para quien escribe, en una faena de parecida guisa, hubo un kikiriki, aquel pase que trajo al toreo Joselito El Gallo, un ayudado que Gallito lo daba con los codos a la altura de los hombros, que ayer Ponce lo dio con los codos a la altura de la cintura. Pero gloria al kikiriki.

Nuestro paisano Alejandro Talavante no lo tuvo fácil. Se aburrió ante su primero. Era un toro sin fondo, un animal desagradecido. Se quedaba porque no tenía final. Es lo propio de los toreros que no saben taparse, algo de lo que el público no gusta. Y ante el quinto, un toro desclasado y que se vino muy a menos, le dio naturales muy por bajo antes de que el animal se desfondara.

Paco Ureña fue todo honradez. Valiente, puesto, ante el tercero, muy complicado, estuvo muy por encima. Y ante el sexto expuso tanto que le dio un volteretón.

Fue complicada la corrida de Domingo Hernández-Garcigrande. No es fácil criar toros de lidia y mantenerlos, corrida tras corrida, en lo alto.