--¿Alguna vez pensó que sería Franco?

--Ni soñarlo, vamos. Nunca lo había pensado, porque nunca consideré que me pareciera a Franco. Cuando me lo propusieron, les dije que cometían un error, porque físicamente no me parezco nada. Pero ellos se empeñaron en que sí, así que allá ellos. Los que han acertado son los maquilladores.

--¿Lo tomó como algo excepcional o como una peli más?

--Hacer de Franco no ha sido nada especial. En mi trabajo no me mueve otra cosa que el personaje, que me interese como actor. Aquí hago de un señor muy importante que se muere, y yo no tengo más guía para hacerlo que los guionistas.

--¿Preparó el personaje de alguna manera especial?

--Como lo hago en todos mis trabajos: leyendo el guión. Lo leo, veo si está bien o mal escrito, si puedo hacer lo que me piden y si encuentro que es un trabajo que merece la pena. Para mí, todo lo que hago en mi profesión es un trabajo. Yo no soy un artista de los que dicen que ellos viven muchas vidas con sus personajes. Yo solo vivo mi vida, y luego está el trabajo, que normalmente no tiene nada que ver con la vida.

--¿No vio a otros actores que hicieron de Franco, como Juan Echanove o Juan Diego?

--No, no he visto a nadie. Yo veo muy poco cine, poquísimo. No de ahora, sino de toda mi vida; solo cuando era jovencito, que quería trabajar y vivir de esta profesión y en este mundo. Me gustaron mucho y por ello me apliqué con mucha voluntad y mucho interés.

--¿Se acuerda de lo que hizo el 20 de noviembre de 1975?

--Me debí enterar, como siempre, en la tertulia del Café Gijón, en la que se habló mucho del tema. Me acuerdo que al acabar salí con otro amigo mío, decisivo en mi vida que es Alvaro de Luna. Creo que fue él quien propuso que nos acercáramos a la plaza de Oriente, a ver las enormes colas que se habían formado. Yo dije que bueno, vamos a ver este suceso, porque hay que coger experiencias en la vida, pero no llegamos allí. Me parece que nos desviamos por la calle de Segovia, aunque, la verdad, no lo sé con exactitud, porque soy de los que se me ha ido todo el pasado. No soy de esos que recuerdan lo de antes mejor que lo de ahora. Soy muy indiferente a casi todo. Tomo las cosas con mucha pasión, pero en cuanto las tengo y las hago es como si no existieran. Vamos, que me preguntan qué hice ayer y no lo sé. Supongo que habré ido al café, como siempre.

--Con usted siempre se acaba en el café Gijón.

--Conmigo siempre se va a parar al Gijón. Yo llegué en el 42, llevado, precisamente, por Fernán Gómez. El ya había ido antes, y empezamos a ir juntos a una tertulia de escritores, y como a mí me gustaba escribir, nos quedamos. El Gijón me ha permitido conocer a los mayores artistas e intelectuales de España.

--Incluso publicó cuentos.

-- Sí, publiqué dos o tres cuentos. La tertulia era de un grupo que se llamaba Juventud Creadora. García Nieto y Cela se encargaban de llevarlo y fueron los que me animaron.

--¿No ha vuelto a escribir?

--Me da vergüenza contarlo, porque fui a cobrar, que me parece que me dieron 100 pesetas por los dos cuentos, y al ver el dinero me dije a mi mismo: de esto no se vive. Lo que yo quería era entrar en ese mundo, estar en las tertulias y hablar con ellos, y como pude seguir haciéndolo siendo actor, dejé de escribir.