Ana María regenta una tienda de golosinas en Mérida y está felizmente casada. Ahora. Antes, como ella misma ha reconocido, vivió un infierno. Su primer marido la convirtió en una de las mujeres víctimas de la violencia de género en Extremadura. Nunca llegó a pegarla, ni siquiera lo intentó, pero la anuló como persona, la acosó hasta la saciedad y la llamaba cada día para decirle los días que le quedaban de vida, incluso después de separarse de él e imponer el juez una orden de alejamiento. Llegó a pensar que no servía para nada, que era una tonta, que todo el mundo la engañaba y fingía ser bueno con ella cuando en realidad la odiaba. Hasta el punto de llegar a dejar su trabajo como monitora de trabajos manuales por creer que lo hacía todo mal.

Ana María sufrió malos tratos psicológicos. Se casó con su primer marido al quedar embarazada a los 17 años. El tenía 18 y "era un crío. No trabajaba, no hacía nada, hasta que decidió ser policía nacional". Entró en la academia y obtuvo una plaza. Vivieron en varios lugares, entre ellos Madrid y Bilbao. El empezó a beber y a jugar con los nuevos compañeros. Se gastaba todo el dinero que ganaba y Ana María tuvo que trabajar más duro para sacar a sus hijos (ya eran tres) adelante. "La cosa iba cada vez a más. Intenté que fuera a rehabilitación, pero no quiso. Los gritos y las amenazas eran más fuertes, me acosaba todo el tiempo y decidí separarme. Le denuncié y le pusieron una orden de alejamiento, pero no la cumplía. Incluso llegó a quemar una casa de campo que yo misma construí y en la que me fui a vivir tras separarme solo para hacerme daño porque quería volver conmigo". Pero ahora está tranquila. El sufrió un infarto cerebral y terminará sus días en una residencia.