Con una ubicación inmejorable, en plena ciudad monumental, se encuentra el Hotel Don Carlos. Allí trabaja Francisco Rubio, quien asegura que llevan sufriendo contaminación acústica "desde el principio". Los bares y locales de copas colindantes al negocio hotelero provocan la aglomeración de jóvenes que, bien mientras eligen nuevo destino para seguir la fiesta o bien durante la despedida antes de marcharse a casa, elevan considerablemente el número de decibelios en las afueras del hotel.

"No es por culpa de los bares. El problema es por la gente que habla a un tono altísimo por la madrugada", explica el empleado del Don Carlos. "Vienen de marcha de otros bares o salen a la calle a fumar porque ya no se puede fumar dentro y ahí es cuando se monta un alboroto que sufrimos en nuestra propia esquina".

Aunque Rubio es consciente de que poco se puede hacer, ya que "no se puede obligar a la gente a hablar a un determinado tono de voz", en verano la contaminación acústica se vuelve "casi insoportable" y opina que se deberían tomar algunas medidas. "El ayuntamiento y la policía deberían estar un poco pendientes, aunque no se trate de causas de fuerza mayor sí que generan perjuicios a la clientela y hace que perdamos calidad en nuestra oferta. A veces hemos llamado a la policía porque el ruido era ensordecedor y no han venido por falta de efectivos".

La crisis quizá ha reducido el número de trasnochadores. Sin embargo, en el siglo en el que vivimos el uso de las redes sociales se antoja fundamental y es otra de las cuestiones que resultan perjudiciales para el hotel. "La gente comenta y valora cada vez más en internet los alojamientos en los que se hospeda y si informan de que es una zona ruidosa eso repercute negativamente para el negocio", sentencia.