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El gracioso desenredo de El Gato Negro: exitoso inicio

TEtn la fresca noche del pasado jueves 9 de junio, el público que abarrotó el escenario de la plaza de San Jorge, reconquistada a medias para el teatro clásico, se intrigó y rio mucho con los graciosos guiños de un estupendo elenco, que se desdobló en incontables ocasiones, dando un gran alarde de fina comicidad, muy expresiva corporalmente y bien dicha.

Ello le dio un trepidante ritmo, cual trote ecuestre casi desbocado, que manejó con mucho oficio Alberto Castrillo-Ferrer , bien ayudado por el equipo artístico, "el mejor con el que podía imaginar", especialmente con un buen escenógrafo que, con ligeras y rápidas variaciones, transformaba una sala de audiencias en una casa o en un puerto mediterráneo, con una ambientadora luminotecnia, generalmente oportuna y con el refuerzo sonoro correspondiente.

La interpretación de los ocho actuantes rayó a gran altura, especialmente por el alarde de expresión corporal de los dos mellizos, uno transmutado bien en señor o en criado, sin desmerecer al padre de ellos, muy serio narrando al principio su desventura y bastante cómico o casi bufonesco al final. Brilló también bastante el que en principio era un altivo príncipe y después se transformó en una sufrida abadesa-madre de los mellizos. Otro tanto fue la interpretación femenina de la hierática princesa inicial, así como la excesivamente vehemente esposa de uno de ellos .

En cuanto al guión, una de las primeras y más cortas comedias del bardo de Straford, el genial William Shakespeare , cuyo centenario conmemoramos, fue hábilmente mejorado por una buena adaptación dramatúrgica de Carlota Pérez-Reverte , que supo abrir la divertida farsa con unos bufonescos letrados-narradores, que la saben abrir y cerrar con bastante simpatía; y quizá debería haber cribado algo el sinfín de peripecias , cuyo cúmulo desconcierta al espectador, pero que sabe desenredar grata y acertadamente al final.

El proteico montaje a ratos parecía teatro-circo, por la cantidad de cabriolas y bofetadas que se propinaban la intrigante pareja de mellizos; otras parecía comedia del arte italiana por sus medias máscaras utilizadas casi al final y ciertas improvisaciones; otras rompiendo la cuarta pared hablaban con el público incluso invadiendo el patio de butacas. Y en todo caso pareció Teatro Total por la amena utilización de la canción italiana y la danza o la pantomima. Solo nos queda sumarnos al muy prolongado aplauso final de admiración y de saber hacer o saber entretener a un expectante público a cargo de la excelente Compañía El gato Negro. Enhorabuena por este buen arranque del Festival de teatro Clásico cacereño a la dirección del Gran teatro y a su eficaz equipo.

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