En el año 2009 se acogió a una excedencia que proporcionaba el banco en el que trabajaba para hacer voluntariado. Rubén Arnal (37 años, Valencia) decidió marcharse un año a Perú para colaborar en un hogar de niños de familias desestructuradas. Aquello supuso un antes y un después en su vida. Tanto que, a los dos años de volver de Perú, decidió solicitar la baja voluntaria del banco en el que trabajaba (se acogió a un Expediente de Regulación de Empleo). Ha comenzado a colaborar con Manos Unidas (conoció la organización gracias a su padre, que colabora con ella) y lleva cinco años viajando por el mundo ayudando en proyectos de voluntariado. En estos momentos realiza el Camino de Santiago a pie mientras visita las delegaciones de la oenegé que encuentra en el trayecto, para concienciar sobre el problema del hambre a nivel mundial. Ha hecho parada en la capital cacereña y ha contado su historia a este diario.

«En el hogar en el que colaboraba en Perú los niños venían con muchos problemas familiares y en una situación de abandono muy grande. Hacíamos visitas domiciliarias a sus casas para conocer a sus familias y nos encontrábamos que dormían en cartones y que no tenían para alimentarse. Vi cómo la necesidad llegaba a las personas con las que convivía. Todo esto me hizo recapacitar y pensé en darle un cambio a mi vida», explica Rubén Arnal.

El año pasado estuvo en Uganda. «Si lo de Perú me pareció duro Uganda era otro mundo. Allí hay muchísima gente con enfermedades que no pueden curar porque no tienen medicamentos y fallecen. Tiene una tasa de huérfanos muy grande», dice.

En estos cinco años ha recorrido 145 de los 195 países que reconoce la ONU. Lo hace de mochilero, con viajes de bajo coste, mientras conoce la realidad de la gente que vive en esas ciudades. Solo le falta por conocer la costa oeste de África, las islas del Pacífico y Oriente Medio. «En realidad te das cuenta de que todo lo que necesitas cabe en una mochila. Para ser feliz no hacen falta lujos», subraya Rubén Arnal. Y añade que no se arrepiente de haber dado un giro de 180 grados a su vida: «La sociedad te inculca que tienes que estudiar una carrera, buscarte un trabajo, comprarte una casa, un coche y tener hijos, pero hay otras alternativas y yo he optado por esta. Siempre me ha gustado el voluntariado y, después de las experiencias que tuve, me pareció que debía dedicarme a ello. Y resulta que soy mucho más feliz», indica.