Si la historia oficial de Cáceres se escribía en los grandes palacios, la historia real se gestaba en las casas populares en torno a Caleros, una de las primeras extensiones del concejo que se construyeron extramuros en el siglo XIV para dar cobijo a los distintos gremios. Tan pequeña y tan grande, tan humilde y tan espléndida, Caleros sigue irradiando la sabiduría que le inculcaron sus moradores --gentes de la huerta y de distintos oficios-- por lo que, siete siglos después, se ha convertido en una de las calles más atractivas para rehabilitar viviendas con buenos criterios arquitectónicos y, sobre todo, para abrir el negocio de moda: los apartamentos turísticos.

Cuando al final de la Edad Media el callejero era cuestión de oficios, aquí vivían originariamente los caleros pero también muchos hortelanos por la proximidad del Marco. A pocos metros se situaba el Hornillo, con los hornos de la cal, y las Tenerías, con los talleres de curtido. Caleros siempre fue la calle con más solera y hasta el himno oficial de la ciudad, es decir, El Redoble, comienza citándola. La Virgen de la Montaña la considera Hermana de Honor (si Llopis Ivorra no pudo cambiar el recorrido de la patrona so pena de enfrentarse a los vecinos, nadie lo hará) e incluso el pastor que descubrió nada menos que a la Virgen de Guadalupe tenía allí su casa (hoy ermita del Vaquero)

Caleros ha estado siempre muy poblada. En los albores del siglo XXI comenzó a ser foco de rehabilitaciones especialmente cuidadas. Parejas y familias adquirieron poco a poco las casas para hacer deliciosas viviendas, amplias y ajardinadas, con elementos que conservaban el sabor añejo (arcos, bóvedas, muros de piedra, ladrillo antiguo...) combinados con conceptos vanguardistas de distribución y mobiliario. La última en ponerse en obras ha sido precisamente la mayor de Caleros y una de las más conocidas: la casa de doña Marina, toda una institución en Cáceres por su vocación como profesora y directora de la Escuela de Magisterio. Estaba casada con Santos Floriano Cumbreño, administrativo de diputación, que heredó el inmueble de su padre, Santos Floriano González.

La casa se levantó a finales del siglo XIX o principios del XX. Doña Marina y su esposo tuvieron cuatro hijas y siete nietos que formaron una gran familia siempre unida bajo ese techo del número 6 de la calle Caleros, donde tantos cacereños adquirieron una formación en las clases que ella y sus profesoras impartían en la zona de verano de este gran inmueble, que ahora se transformará en nueve apartamentos, la gran mayoría con fines turísticos, el producto que más tirón tiene en las tendencias vacacionales.

Los trabajos, en marcha

«Mi tía Menchu se quedó sola cuando fallecieron sus hermanas, de modo que se trasladó a Cánovas y pusimos la casa en venta. Con la crisis ha sido difícil encontrar un comprador por sus dimensiones, pero la inmobiliaria Manuela Pérez nos dio la solución: intermedió para venderla como distintos apartamentos, diseñados por el arquitecto Ricardo Díaz Trancón, y ya están los nueve adquiridos. A principios de año comenzó la obra», explica Santos Benítez Floriano, nieto de doña Marina y cronista oficial de Cáceres.

La casa lo permite. Tiene más de 300 metros cuadrados por planta en dos alturas, dos terrazas, ocho balcones al exterior, un amplio jardín, zona de invierno y zona de verano, donde además existe un refugio construido para los bombardeos de la Guerra Civil. Fue habitada por veinte personas durante el pasado siglo, cuando Caleros rebosaba vida y cuando los oficios ya se habían diversificado. «La calle tenía familias de toda condición: pintores de brocha gorda, funcionarios de correos o justicia, maestros, comerciantes, y por supuesto los hortelanos», relata Santos Benítez, que pasó su infancia en Caleros jugando al fútbol, a las chapas o a churro mediamanga, mangotero. «Los niños íbamos al San Antonio, al Madruelo o al Paideuterión femenino», detalla.

Quini Jiménez Marchena también fue de aquellos niños que jugaron en la posguerra por Caleros. Su padre, Antonio Jiménez Rubio, había dejado su empleo en la sede de la Caja de Ahorros de Extremadura, entonces dirigida por León Leal en el Palacio de Moctezuma, para montar su propio comercio de productos de ultramar en los años veinte, primero en Gallegos y luego también en Caleros, en su casa familiar, junto a la muralla, con la Torre Ochavada enclavada en su propio patio. La mujer de Antonio, Josefa Marchena, mostró pronto sus buenas dotes con el negocio de Caleros, que fue conocido como ‘el comercio de Josefita, la de la calzada’. «Vendíamos todo lo que se podía vender en la época: azúcar, arroz, garbanzos, aceite, lentejas... hasta que llegó la guerra, el hambre y las cartillas de racionamiento. Fue una época muy dura», recuerda Quini Jiménez.

En Caleros había más negocios: «otro colmado de la señora Catalina y del señor Andrés de la Montaña, la barbería y panadería del señor Regino, la carpintería de Antonio Jiménez Pache, la carbonería...», relata Quini Jiménez. Pero sobre todo había muchas familias en las distintas plantas de las viviendas, como Los Picapiedra, la señora Andrea La Polea, el sastre Ramón Santillana, los Luceño, los Peloto, la Lunara. Por ejemplo, en la conocida como Casa de Rita vivían los Corrales, la señora Tedorora y el señor Miguel, los Castellano, la señora Antonia (dueña de un comercio en San Blas), la señora Remedios y el señor Vicente Talavera... «Las familias compartían los baños de las casas, se vivía una situación de pocos ingresos, pero había una convivencia más sincera», señala Quini Jiménez.

La mitad de esas casas de Caleros están hoy habitadas por familias jóvenes con hijos y parejas que han desembarcado en la calle en los últimos quince años, atraídas por las posibilidades de estas casas asentadas en la historia pero con vistas al futuro. «Es una zona donde se venden con facilidad los inmuebles porque a raíz de la crisis tienen buenos precios. En general, la vivienda en Cáceres ha dejado de caer, se ha estabilizado a precios bajos, y hay más ventas pero a costes contenidos», explica Manuela Pérez, experta inmobiliaria que ha realizado la operación de la casa de doña Marina y otras similares en el casco viejo.

«Alrededor del 75% de los inmuebles que se adquieren en este entorno se destinan a apartamentos turísticos, una opción muy cotizada porque se alquilan durante todo el año. Tengo muchos clientes que ya están dentro del negocio y les va bien, de hecho han comenzado a instalarse empresas auxiliares para atender a los apartamentos, como por ejemplo lavanderías», dice Manuela Pérez.

Nuevas familias y negocios

Una de las primeras familias de la nueva hornada en llegar a Caleros fue la de María Hurtado y Raúl Vega. Llevan once años en un amplio inmueble de más de 200 metros cuadrados situado en la confluencia de Caleros con Tenerías, con un patio aterrazado que mira hacia el Marco. Allí han formado una familia felizmente numerosa con tres hijos. «Compramos la casa en el año 2002 e iniciamos los trámites para el proyecto de reforma, pero tuvimos muchísimos problemas con la licencia hasta que pudimos iniciar la obra y por fin la estrenamos en 2006», explica María Hurtado, periodista de profesión. «Siempre digo que los que vivimos en la parte antigua es porque nos hemos empeñado, no dan ninguna facilidad. Nos encanta, nos permite vivir a mitad de camino entre un pueblo y una ciudad, pero además en el centro de Cáceres, con la Ribera del Marco al lado y con un ambiente vecinal de toda la vida al que se han sumado familias jóvenes», indica. «Los nuevos inquilinos hemos sido bien recibidos porque vamos repoblando la zona», explica sonriente.

La periodista cuenta que las rehabilitaciones han continuado en Caleros incluso en la crisis. «La calle está muy viva, hasta tal punto que hay serios problemas de aparcamiento, otro handicap de la parte antigua. El parking de Tenerías no salió adelante y necesitamos un proyecto similar», solicita.

También hay nuevos negocios en la calle que responden a las demandas de la sociedad actual, como antaño los caleros. Uno de ellos es Namaskar, centro de masajes con aromaterapia y sesiones de reiki. El interior se antoja excepcional, con la piedra originaria al descubierto y arcos de terraza y cuarcita. «La rehabilitación ha consistido en descubrir y conservar lo que había. Calculamos que la casa tiene unos 300 o 400 años», explica Maite Mulió, responsable del negocio.

«Esta calle conserva el aire tranquilo de los pueblos, vas caminando y las golondrinas pasan a tu lado haciendo rasantes, el campo está tan cerca como la ciudad, Caleros es un vínculo entre lo tradicional y la ciudad de hoy», subraya la empresaria, convencida de que el ayuntamiento debe facilitar las reformas para perpetuar este espíritu del casco viejo que se respira de forma tan especial en Caleros.