Una nueva presencia extremeña en este XXX Clásico que está expirando con gran brillantez y con general aceptación por el numeroso público que ha ido llenando los tres escenarios casi todos las noches, pero en especial hacia las exitosas compañías de nuestra tierra, como esta última, La Cuatro Esquinas, muy sabiamente dirigida por el experto Francisco Suárez.

La isla de los esclavos plantea un tema muy actual, a La Luz de la bondad y la razón dieciochesca, pues la escribió el francés P. Marivaux y bien adaptada por el emeritense Juan Copete, bastante respetuoso con el original, pese a haberla alargado algo más. En esa época ya se vislumbraban movimientos perreo lució arios, que culminarían en la Revolución Francesa; o sea eran tiempos de cambios sociopolíticos, que se reflejan en el cambio teatral de roles, como se ve en la trama de La isla de los esclavos:

Pues, al llegar a la Isla de los esclavos, el ‘legislador o árbitro’ de la misma, Trrilenin les conmina a los señores Ifícrates y Eufrasina, a que cambien sus emplumados sombreros por la humilde cofia de criados, para no solo así proclamar un deseo de igualdad y solidaridad entre los hombres, sino también para eliminar la tiranía que ejercen los señores hacia sus esclavos. El caso es que al final a los nuevos criados no les satisface dicho cambio y querrían cambiar inútilmente, pues incluso salir de dicha fatídica isla no es fácil por las frecuentes y duras tormentas, que por cierto reprodujeron impresionantemente.

La quíntupla actuación de tan entrenado elenco resultó muy convincente, por la buena caracterización y por la cambiante interpretación, nada fácil de llevar a cabo, pero al estar tan bien dirigidos, impactaron muy favorablemente en el público cacereño, que disfrutó mucho con esta actual parábola moral y política.

Se concluye que las compañías extremeñas están triunfando paradójicamente en su tierra y también que los clásicos, con buenas adaptaciones y buenos montajes, son de rabiosa actualidad: o sea que siguen hablando de nosotros, nos hablan de nuestra esencia, que perdura través del tiempo y que nos trasciende, pese a que ‘la mudanza es firme’, según Corneille, o que el afán quijotesco de cambiar el mundo, lo esencial se mantiene y sigue haciéndonos reflexionar incluso emocionarnos.