Granadino de 52 años, casado, padre de dos hijas y un hijo, criado en una familia de dos hermanos y dos hermanas donde nunca hubo roles de unas ni de otros: ponían la lavadora, tendían, planchaban, cocinaban, preparaban mezclas para colocar ladrillos y no por ser chica o chico lo hacían mejor ni peor. La frase ‘Bloqueo al machismo’ abre a diario la pantalla del ordenador de Jesús Sebastián Damas Arroyo. Entre clase y clase en la Facultad de Ciencias del Deporte este profesor de Recreación Deportiva explica por qué se considera un hombre feminista.

«La sensibilidad por la igualdad debe ser universal. Si tienes sensibilidad por los derechos humanos serás feminista, hasta que eso no suceda será un objetivo pendiente para la sociedad», asegura mientras desgrana el siguiente ejemplo: «Preguntar si eres feminista es como preguntarle a un hombre o a una mujer por la justicia porque ambos desean un mundo justo. Quiero decir que no por ser hombre o por ser mujer tienes que ubicarte en un sitio o en otro».

Sebastián ha bebido estos conceptos desde niño. «Podría competir a planchar con cualquier persona», advierte. Luego, cuando se casó, su mujer trabajó durante muchos años fuera de Cáceres, de modo que él estuvo pendiente de la guardería, de la compra, del médico... «y ser un hombre comprometido con la gestión de una casa» le sobrevino de forma natural.

«Quiero otra sociedad para mis hijos y por eso en sus lecturas, en los posicionamientos que les inculcamos hacemos pedagogía. Huimos de las bromas encubiertas donde subyace el machismo y el patriarcado, de esos escalones que la sociedad impone entre hombres y mujeres».

Y no es cuestión de ir a la compra «sino de saber qué hay que comprar. Si te das cuenta de que el niño está enfermo tienes que levantar un teléfono: no es delegar, es incorporar toda la gestión de la familia dentro de tu agenda». Por eso en el hogar existe un reparto diario de las tareas domésticas: todos ponen y quitan la mesa, limpian la cocina, hacen la comida un día del fin de semana. «Nuestro trabajo y nuestro ocio es algo añadido a la convivencia familiar en clave igualitaria», defiende.

Pero también en su profesión aplica los mismos principios, el primero: formar parte de la Comisión de Igualdad de Género de la facultad. «En el deporte el papel del hombre está muy por encima del de la mujer, así que siempre visibilizo de manera intencionada un equilibrio y en mis clases hablo de grandes rematadoras o cuestiono por qué en una carrera de 100 metros de atletismo las mujeres salen 50 metros por detrás, o les pongo a mis alumnas y alumnos el vídeo de Nike donde se valora a la mujer deportista».

En su grupo de amigos de whatsapp no duda en sacar el ‘sticker’ de tarjeta roja cuando alguien se mofa de las mujeres. «No aguantas una broma», le recriminan alguna vez, pero él insiste a ellos y a su hijo que estamos «obligados a dar testimonio de nuestra posición porque es una cuestión de respeto y de justicia».

Desde el centro de salud

Javier Gómez es enfermero. Tiene 63 años, lleva 43 en el oficio. Ahora está en el centro de salud San Jorge, pero ha pasado por hospitales y ha sido director de recursos humanos. «No sé si hombre feminista, pero sí que soy una persona que ha apostado toda mi vida por la igualdad», subraya.

Formando parte de una profesión eminentemente femenina, incide en que en la misma siempre ha existido «una desigualdad manifiesta» y eso que «el 85% largo son mujeres». Javier recuerda que cuando era estudiante en los manuales de ética y moral se decía algo así como que «la enfermera era al médico lo que la esposa a su marido». La Enfermería se ha beneficiado de las mujeres y hoy queda mucho por hacer aunque cada vez existe mayor presencia de enfermeras en la sanidad; ellas han ido conquistando espacios, incluso en puestos directivos.

A su juicio, «un hombre feminista simplemente debe aspirar a que todas las personas tengamos los mismos derechos». Y aboga por la necesidad de cambiar mentalidades. «El otro día una compañera decía que tenía que pedir permiso en el trabajo para cuidar de su hijo. A nadie se le había pasado por la cabeza que su marido también podría haberlo solicitado».

Desde su posición de enfermero está habituado a ver entre usuarios roles machistas que derivan en violencia y agresiones. Así que ser hombre feminista hay que trabajárselo a diario, porque en la cabeza de muchos aún pesa la formación machista y existen multitud de iniciativas domésticas que recaen en la mujer. «Somos la consecuencia de una formación social», admite Javier. Sus hijas, en cambio, han sido educadas en igualdad.

La ley

José Flores, decano del Colegio de Abogados, tiene 63 años. Es consciente de que la paridad promulgada en las leyes no se refleja en la realidad diaria. Las mujeres perciben sueldos más bajos, disponen de empleos precarios y desde el plano jurídico su acceso a grandes despachos y a puestos de dirección están cargados de trabas. La conciliación se convierte en otro lastre para las mujeres abogadas, que suelen encontrarse con dificultades para compaginar la vida laboral con la familiar.

En el colegio funciona una Comisión de Igualdad que Flores preside y que realiza funciones de asesoramiento además de turnos especiales de violencia de género. Se trata de un empeño de la institución y del Consejo General de la Abogacía. De poco valdría actuar de una manera en el trabajo y de otra en casa. Por tanto, el decano lleva a la práctica la equidad en su vida personal, tanto en el hogar como en el cuidado y educación de los hijos.

En el instituto

José Pizarro tiene 53 años. Es de Cabeza del Buey, vive en Torreorgaz e imparte clases de Latín en el instituto Sierra de San Pedro de La Roca de la Sierra. Su primera acción por el feminismo fue estar luchando 12 años en la Oficina de Igualdad y Violencia de Género de la red del Instituto de la Mujer de Extremadura. Pizarro repite sin desmayo durante su relato la palabra lucha: «Ser un hombre feminista se consigue luchando mano a mano con las mujeres; los hombres feministas lo somos porque somos aliados de las mujeres».

Apuesta por hablar abiertamente del mercado laboral, de la conciliación o más bien de la falta de conciliación que solo será superada con la corresponsabilidad. Respalda la sensibilidad, «porque ser sensible no es cosa de mujeres ni de hombres». Lo observa a diario en el instituto, donde en las nuevas generaciones hay una involución, conductas machistas reflejadas en el modo que tienen los jóvenes de entender las relaciones: «Mi ‘amigovio’ no me quiere si no hay celos», es la máxima entre adolescentes que a través de redes sociales viven relaciones tóxicas con un control permanente sobre las mujeres y ejercen incluso violencia psicológica a edades tempranas.

¿Para cuándo la igualdad? «Para el año 2500», ironiza Pizarro. «No es tan fácil, los hombres no feministas entienden que la lucha de las mujeres derivará en más privilegios para ellas».

Valores universales

Vicente Cortijo tiene 49 años y es psicólogo en el Punto de Atención de Violencia de Género (precisamente el próximo 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer). Su trabajo le ha hecho ver cómo desde una perspectiva científica ha existido a lo largo de la historia una diferencia clara entre hombres y mujeres. A través de la lectura de tratados y estadísticas para su formación en Doctorado, del análisis y el estudio, las evidencias saltan a la vista. «Los roles de los hombres en el planeta no incluyen los cuidados», indica el experto.

Pero además su profesión actual le hace ver el sufrimiento más extremo, el uso de la violencia para conseguir el control de la mujer. Y es que los científicos sociales como Vicente se han ido acercando al feminismo; igual que la ciencia médica apostó por la higiene y aquello fue una revolución que supuso poner freno a muchas enfermedades.

Vicente es consciente de que venimos de un ambiente sesgado que propicia actitudes machistas en la familia, en el sistema educativo, en los medios de comunicación... Para cambiar eso la receta es sencilla: ser sensible con las diferencias. Hay otra forma de ver al hombre y es fácil aplicarlo. «Mi trabajo me hace ser especialmente receptivo a estas cuestiones. No veo tan complicado ni tan raro ser un hombre feminista, es solo trabajar la empatía, practicar la tolerancia. Es algo de lo que llevamos hablando hace más de 2.000 años, se trata de adherirlo y nada más».

La cuestión es adaptar al día a día los valores universales y ponerlos en la cabeza de los demás, evitar comportamientos, conductas o frases que generen exclusión. «Eso está hecho si se respeta. Pero vivimos en marcos jerárquicos y dualistas, donde se valora al que más posturea. Si eres machista, a lo mejor te lo tienes que mirar, y no lanzar respuestas airadas cuando te lo recriminan sino hacer un examen de tu comportamiento y analizar si eres considerado o no». El psicólogo lo tiene claro: «Hay un colectivo que demanda que la tradición no puede seguir excluyendo a la mitad de la población».