Hoy no existe un solo barrio en Cáceres que disponga de su propio club social, cine, piscina... Y lo hubo. Fue en el siglo XIX cuando la compañía minera construyó el más bello poblado que se haya conocido en la ciudad y su entorno, con amplias casas encaladas de influencia anglosajona y jardines anexos cuajados de flores. El barrio olía a jazmín, pero también a progreso. En su entorno se levantaron durante un siglo hasta 12 pozos de extracción y 119 construcciones industriales. Aquel Cáceres de las factorías motivó incluso la llegada del ferrocarril, inaugurado en 1881 por los Reyes de España y Portugal. Por supuesto que era una época de grandes diferencias sociales, pero la mina también dio sustento a miles de familias.

Tenía aquel poblado una fisonomía y un contenido realmente especial: el estudio técnico, las salas de delineación, los laboratorios... En su interior había hornos, vitrinas, un curioso instrumental específico... Todo está irreconocible. El saqueo y el expolio han acabado con la última herramienta. La ruina cala los distintos edificios hasta el tuétano. «Y esta situación, que sería lamentable de cualquier manera, se agrava porque hablamos de un espacio catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC)», recuerda Francisco Luis López Naharro, presidente del poblado minero, y fundador y vicepresidente de la Asociación Minas Aldea Moret (AMAM).

Los hornos, muy deteriorados. Hace cuarenta años aún se conservaban con parte del instrumental.

Efectivamente. Este conjunto fue catalogado como BIC hace 10 años (el 20 de mayo de 2011), con categoría de Lugar de Interés Etnológico por su «alto valor testimonial» y su «singularidad arquitectónica». La Junta de Extremadura integró bajo esta protección las «edificaciones, oficinas, pozos, galerías, viviendas, minas y almacenes», al entender que configuraban «una muestra coherente y completa de una actividad industrial extractiva de la fosforita». Hoy, un paseo por el poblado en compañía de vecinos e hijos de mineros evidencia la decadencia de este legado, «pero lo peor es que sigue sin conservarse, aquí no se protege nada, muchos edificios tienen peligro de venirse abajo», subraya Antonio Amado, presidente de AMAM.

Solo se han salvado la decena de casas habitadas por los vecinos y los tres grandes edificios recuperados hace años por la Junta y el ayuntamiento: la mina La Abundancia (Centro de Interpretación de la Mina), Embarcadero y Garaje 2.0, estos dos últimos, nidos de empresas innovadoras gestionados por el ayuntamiento. El resto se hunde. Eugenio Cantero, hijo y nieto de mineros, y también fundador y vicepresidente de AMAM, se emociona cuando ve el deterioro del poblado: «Que Cáceres deba tanto a la mina y ni siquiera haya sido capaz de frenar esto...».

Porque los problemas de la antigua alcaldía pedánea son muchos. «Hablamos de construcciones de barro y madera levantadas entorno a 1885, que empezaron a deteriorarse por las goteras y algunas han acabado en el suelo. Hay tejados a punto de desplomarse, entrañan mucho peligro para los niños que se meten a curiosear. Además, aquí vivimos personas y otras vienen a trabajar al Garaje 2.0 y al Embarcadero. No se hace nada, ni siquiera se garantiza la protección», denuncia López Naharro.

Uno de los techos que pueden desplomarse. Las casas están abiertas.

El poblado tampoco cuenta con los servicios públicos más básicos. No existe limpieza viaria, ni jardinería, ni mantenimiento de calles. «Los vecinos cortamos los pastos y podamos los árboles. Si no, esto sería una selva. También rellenamos los baches», detalla el presidente vecinal, que nació en el poblado minero porque su padre fue durante años tornero ajustador del taller de mecánica.

Pero además, la veintena de residentes que viven en esta zona carecen de un suministro eléctrico normal. Todavía reciben la corriente industrial de las antiguas minas, de modo que deben pagar incluso el alumbrado de las calles. Por cierto que conservan las farolas originales con más de un siglo, cuyo mástil está formado por un carril de vía estrecha de las vagonetas que trabajaban en la mina. Los vecinos han tenido incluso que costearse una nueva instalación eléctrica en la que se gastaron más de 6000 €, que aun así no permite todos los usos al ser corriente industrial.

Tampoco existe riego para los árboles, que antes recibían el agua de unas canaletas que recorrían las aceras, donde los niños de las minas jugaban a los barcos. Ahora han desaparecido bajo las hierbas, porque los acerados están ocultos por la maleza en muchos tramos. En otros, las raíces de los árboles han hecho el resto. Un arbolado que por cierto amenaza con venirse abajo en distintos puntos del poblado. Muchos troncos secos han sido talados por los vecinos, pero otros llevan años apoyados en viejas construcciones

Las familias hacen lo que pueden, aunque no dan abasto. Tienen una atarjea general que tampoco está conectada con la red de saneamiento de Cáceres, sino con un pozo ciego de tiempos de la mina. El abastecimiento público de agua sí se normalizó hace 5 años, aunque los residentes tuvieron que hacerse cargo de la instalación. De todos modos, fue el primer barrio que tuvo suministro en sus hogares debido a la riqueza del Calerizo. Allí se creó la Compañía de Aguas de Cáceres.

Basura acumulada en un edificio de la calle Real.

De la plaza de Alfonso XII, donde estaban las bellas escuelas, y donde los Reyes de España y Portugal inauguraron el ferrocarril, solo queda un triste descampado. Más arriba, en la calle Real, la casa del administrador tenía mil metros cuadrados y un jardín extraordinario. Ahora apenas se mantiene en pie.

En el poblado minero, que impulsó Segismundo Moret, vivían los jefes, los encargados, los técnicos, los empleados de las oficinas... El resto de los mineros se repartían por las 18 barriadas humildes en torno al yacimiento, como La Labradora, Casualidad y algunas junto a los pozos que les daban nombre: San Salvador, La Esmeralda, La Abundancia, San Eugenio...

Estos mineros no tenían acceso al cine, al club social ni a la piscina. Ellos se bañaban en las charcas de Corchuela y El Viso, donde lo pasaban en grande. Pero recuerdan aquellas fantásticas instalaciones y no entienden cómo se han venido abajo. Francisco Luis explica que la piscina tenía trampolines de 8 y 4 metros, hamacas y solárium. «Era inmensa, porque funcionaba como depósito para la factoría». Las mujeres y los hombres se bañaban por separado. Los curas podían hacerlo de noche.

Imagen de los acerados llenos de maleza.

«La tipología de este barrio es prácticamente única. Nos cuesta entender que no se haga nada, por ejemplo a través de los talleres de la Universidad Popular», plantea el presidente del poblado minero. Y así se han expoliado los metales para chatarra y la madera para otros fines privados. Naves enteras han desaparecido. «Incluso demolieron la antigua estación, que era una reliquia. Parece inconcebible», lamenta Eugenio Cantero.

Desde AMAM piden a las instituciones la protección de este BIC y la cesión de uno de los inmuebles para crear un museo de la mina, donde desarrollar su historia. «Tenemos miles de archivos, una gran colección fotográfica, grabaciones, vídeos, instrumental de la mina, documentación y planos para reproducir el yacimiento entero. Lo hemos ido rescatando a medida que todo se venía abajo, y debe exponerse para que la gente lo conozca», sostiene Francisco Luis López Naharro, que considera que la principal causa del declive del poblado minero «es el desconocimiento de la riqueza que aquí existía». En este sentido, los vecinos lamentan la falta de contenidos del centro de interpretación.

La amplitud de la piscina da idea de la modernidad que alcanzó este núcleo.

De hecho, AMAM ofrece visitas acompañadas a la mina de forma gratuita. «Al público le interesa de verdad, este conjunto tiene muchas posibilidades, por eso no pedimos a las instituciones que hagan un gasto, sino una inversión, dotar al poblado de contenido, reformarlo y crear así un espacio de atracción turística, que ayudaría a aumentar la estancia del visitante en Cáceres», subraya Antonio Amado.

Eugenio Cantero agrega que estas ideas no son una quimera. «Ya se llevan a cabo en otros puntos del país, incluso en Extremadura». Cita como ejemplo la mina de Logrosán, «que se ha puesto en valor y ahora funciona como recurso turístico. Parece mentira que Cáceres haya abandonado su patrimonio».

La conclusión es clara: «Entendemos que nuestra misión como Asociación Minas Aldea Moret es intentar levantar todo esto porque hablamos de la historia de nuestros padres y de nuestros abuelos, que debemos legar a nuestros hijos y a nuestros nietos, para que el pasado de esplendor industrial que un día tuvo Cáceres no caiga en el olvido», rubrica Antonio Amado.