Fue un reto para él apasionante. Venía de la Escuela de Hostelería. Apuntaba maneras. Pero aprender entre los fogones del restaurante Albalat era dar un paso más, una motivación para dedicarse al arte de la cocina. Aterrizaba así Andrés Cano Ceballos en este establecimiento cacereño. «Me sentí muy cómodo desde el primer día, he aprendido un montón, aunque estuviera de prácticas siempre me hicieron sentir como uno más... somos una familia», confiesa.

«Toqué todos los palos y dio la casualidad que cuando entré querían a una persona más en la plantilla. Al hacer un buen periodo de prácticas me dijeron que me quedara con ellos. Y ni me lo pensé, no puedo estar en un lugar mejor. Siento la camiseta», resume el joven cocinero.

Echando la vista atrás acaba de cumplir tres años el pasado 3 de abril en el restaurante, pero con la mirada puesta en lo que viene. «Todavía tengo un gran aprendizaje por delante en el mundo de la gastronomía», asegura con una sonrisa a este diario.

Desde una de las cocinas más demandadas de la capital cacereña, Cano defiende: «Tenemos que estar más que orgullosos de nuestro trabajo y del equipo». Argumenta que el objetivo es que la gente que venga a Albalat «sepa que somos garantía de calidad».

¿Y qué hace falta para ser un buen cocinero? «Lo fundamental es que te guste. Es un oficio sacrificado, duro y muy bonito, aunque si lo realizas con gusto y cariño se lleva mejor. Es importante conocer técnicas, métodos, recetas, y a partir de ahí, dejarse llevar», contesta.

«Ahora me encargo de las carnes y uno de nuestros platos estrellas es el solomillo de ternera de Discarlux, con un medallón de fuá y un meloso de PX... es una comida que se vende genial». Y es que entre sus fuegos pasan las más nobles carnes y sabrosos productos del mar y de la huerta, así como una gran variedad de vinos.

«Es un oficio duro, sacrificado y muy bonito, aunque si lo realizas con gusto y cariño se lleva mejor»

Andrés detalla la carta haciendo gala de toda su profesionalidad y donde lleva al cliente a complacerse con esa cocina que se basa, sobre todo, en alimentos extremeños y su temporada, tratándolo lo mejor posible, cuidándolo y llevándolo a su máxima expresión.

¿Y el postre? «Es a día de hoy una costumbre, una parte imprescindible de cualquier comida o cena diaria». Y pone un ejemplo: «Hemos hecho una tarta de queso de las de horno de toda la vida, pero la estamos elaborando con un queso de cabra de Granadilla que le da un toque potente y mezclado con lo dulce». A juicio del chef, «debemos darle más importancia a los postres». Y reitera: «Es una cosa fundamental en las comidas».

Mientras ofrece su relato, insiste en que el restaurante-tapería sigue apostando por ir cada vez más hacia arriba. «Cuando entré aquí no estábamos en la Guía Michelin y ya son dos años en los que nos han incluido, es un privilegio».

En Albalat trabajan seis cocineros y dos chicas de limpieza. En total en plantilla están 18. «Me siento muy feliz de poder trabajar en mi ciudad, para mí es un sueño. Y yo de aquí no me muevo, me quedo en Cáceres».