No fue uno, fueron todos. Una responsabilidad conjunta y tozuda esa de no mirar a la Ribera. Es una lástima que el río de Cáceres siga sobreviviendo entre la maleza mientras se le da la espalda. Empezamos a escribir esta serie el 10 de febrero para sumarnos al desoído movimiento ciudadano que quiere salvar la Ribera. La respuesta: un manojo de buenas voluntades que no terminan de llegar a buen puerto. Pero aquí seguimos, imbatibles al desaliento mientras este sábado nos acompaña Juan Carlos Martín Borreguero, un historiador que habla tan bien, tan claro, tan certero, que no te cansas nunca de escuchar su relato.

Juan Carlos escribió junto a Fernando Jiménez Berrocal y Agustín Flores el libro ‘La cacereña Ribera del Marco’, traído ya a colación en aquella primera entrega de este diario. Nos encontramos con él en las Vegas del Mocho, a los pies del molino del mismo nombre. Es inaceptable que las ruedas de esas instalaciones las hayan robado, que sus muros estén llenos de grafitis y que el lugar, abandonado a su suerte, sea cuna del botellón durante los fines de semana.

«No hay que dejar que el molino se caiga al suelo, hay que ponerlo en valor. Estar vigilantes con el patrimonio», advierte Juan Carlos mientras iniciamos otro recorrido fascinante entre arroyos y veredas. No es la primera vez que escribimos que la historia de Cáceres no se entendería sin la Ribera, que hasta aquí llegaron los primeros pobladores en la Prehistoria atraídos por el agua, sabedores de que sus gargantas quedarían aliviadas por el agua poderosa del Marco.

¡Ay, la historia de Cáceres!, que comienza en Maltravieso, continúa en el campamento romano y discurre entre molinos, tenerías y batanes, cruzando las minas de Aldea Moret, que simbolizaron el esplendor industrial cacereño del siglo XIX, o ese permeable Calerizo de cuyas profundidades brotan manantiales del agua de lluvia acumulada durante centenares de años.

Llama la atención que siendo Cáceres una ciudad patrimonio de la humanidad no se haya cuidado su río. La Ribera dio de comer a Cáceres, lo hicieron sus huertas, el agua de las pozas, las cañas que se utilizaban para construir tejados, su madera, la arcilla que se sacaba de su lecho.

Juan Carlos Martín Borreguero. JOSÉ PEDRO JIMÉNEZ

"El Marco es el cuarto trasero de Cáceres, el lugar donde van a parar las aguas residuales de toda la ciudad"

Sin embargo, el Marco es el cuarto trasero de Cáceres, el lugar donde van a parar las aguas residuales de toda la ciudad. Por eso es prioritario realizar una obra que no hormigone la Ribera, pero que limpie y mantenga el cauce, construir un paseo que recorra Aldea Moret, El Conejar, los restos romanos...

Un consorcio

Es un desperdicio intolerable que este cauce de potencial incalculable no se coloque en el lugar que merece, que su flora y su fauna no estén a la vista de todos, que no se realicen actuaciones puntuales como señalización de caminos, construcción de puentes y miradores prácticamente de nuevo en la dejadez.

Supone una atrocidad que se hayan cortado caminos o que para aprender la historia de Cáceres solo nos centremos en las familias señoriales que llegaron a la parte antigua y no se repare en todas aquellas sagas humildes que ofrecieron comida gracias a sus molinos a las tropas que lucharon contra Napoleón, o que contribuyeron a la construcción de la muralla. «La Ribera era todo, era la Puerta del Río, la que daba acceso a la ciudad» por esa zona de la fortaleza, detalla Juan Carlos, del que afloran las palabras como un torrente. «La Ribera engalana a Cáceres».

Y son las autoridades las que deben ocuparse de su rehabilitación natural, crear un consorcio verdaderamente efectivo compuesto por el ayuntamiento, la diputación, la Junta de Extremadura, la Confederación Hidrográfica del Tajo y la universidad. Que sean capaces de la puesta en marcha de una actuación que repare el Marco en su conjunto.

Si consorcios han funcionado en Mérida o en Badajoz, ¿por qué no liderar un planteamiento serio y valiente que revitalice el área medioambiental más poderosa de la ciudad, por qué no fomentar que nuestros futuros ingenieros, arqueólogos, biólogos, hagan de la Ribera su lugar de prácticas para que sus conocimientos convivan en armonía con esta necesaria reparación de nuestro río? Quizás así se enmendaría un error histórico.

Las huertas, las pozas, las cañas que se utilizaban para construir tejados, la arcilla de su lecho...

La Ribera es también Patrimonio de la Humanidad, porque está engarzada a la parte antigua, pero ninguna institución lo vio y solo tuvieron ojos para lo que consideraron la joya de la corona; cuidaron sus piedras, pero no el agua que nos daba de beber.

Solo un proyecto integral surtirá sus efectos. Hay propietarios que quieren rehabilitar sus molinos, por ejemplo. ¿Por qué no ayudarles, asesorarles, darles la opción a subvenciones, contarles que la reconstrucción no hay que ejecutarla con cemento sino con morteros de cal? Tenemos un patrimonio excepcional, no lo dejemos ir, no lo consintamos, sumémonos a esa mayoría silenciosa que quiere resucitar la Ribera.