La pasada semana, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) presentaba las conclusiones de una encuesta realizada durante el pasado mes de mayo a través de más de 3000 entrevistas, para analizar lo que se ha dado en denominar «Efectos y consecuencias del coronavirus en la sociedad española”. Según sus resultados, el 15,7 % de los encuestados reconoce que su vida y sus hábitos postpandémicos serán diferentes en el futuro. Aunque el 61,2 % afirma que sus costumbres y rutinas volverán a ser las mismas, también se reconoce que ciertas prácticas que hemos adoptado ante la vigente crisis sanitaria van a permanecer presentes, tanto el ámbito de la alimentación como la higiene o las relaciones sociales.  

Las crisis de subsistencia, especialmente las pestes, marcaron el camino para efectuar cambios que en el pasado afectaron a diferentes aspectos de la vida diaria. Encalar los interiores de las viviendas, ventilar las zonas infectadas, fumigar los espacios públicos, confinamientos y cuarentenas de las poblaciones o quemar los cadáveres infectados, formaban parte de un protocolo que ha llegado hasta el tiempo presente, medidas que fueron adoptadas para siempre en la sociedad por considerarse útiles y ventajosas para la defensa de la salud pública. La propia existencia de los cementerios, como los conocemos actualmente, se debe a la presencia de enfermedades contagiosas. Cuando Carlos III publica en 1787 la Real Cédula por la que se prohíben los enterramientos en los templos y sus alrededores, se alega que, ello es debido a una epidemia acontecida en 1781 en la villa guipuzcoana de Pasajes, que causó casi un centenar de muertos y que fue provocada por las exhalaciones de las sepulturas de la Iglesia. Hasta podríamos decir que muchos de los hábitos relativos a la higiene colectiva, se deben a medidas que en otros tiempos se tuvieron que aplicar para salvaguardar la salud pública y prevenir futuras epidemias.

De los nuevos hábitos que hemos tenido que adoptar ante la situación vivida ya veremos cuales permanecen y cuales olvidamos cuando el actual escenario sanitario haya finiquitado. Las mascarillas serán una prenda más en nuestra vida cotidiana durante un tiempo aun sin especificar, las futuras viviendas serán más abiertas al exterior, incluso se habla de obligar a la existencia de balcones y terrazas, que impidan a las personas vivir en espacios cerrados. Seguramente los abrazos y el besuqueo tendrán que esperar o se limitarán a los contactos estrictamente necesarios. Habrá que ver hasta cuando bancos, organismos públicos y ambulatorios, seguirán sin dejarnos traspasar el umbral de sus centros y el teletrabajo nos tendrá atrapados en nuestro hogar de forma perenne. Seremos especialmente escrupulosos con la higiene tanto la personal como la comunitaria y las prácticas de vida saludable nos deben acompañar como seguro frente a brotes y rebrotes que puedan sacudir nuestro entorno. 

Cuando haya pasado esta tempestad será el momento de analizar que hemos aprendido, que prácticas hemos adoptado de por vida y cuales hemos rechazado, hasta que otra situación similar nos obligue por decreto a cambiar nuestra forma de vivir. Todos esperamos que la nueva etapa postcovid nos devuelva viejos hábitos, aunque probablemente los tiempos venideros serán diferentes y las costumbres también.