Puesto que los niños no nacen con una litrona en las manos es necesario preguntarse donde han aprendido muchos de ellos a hacer botellones. Dado que tampoco nacen con un objeto contundente en su poder es imprescindible preguntarse quien les ha enseñado a despreciar toda autoridad y enfrentarse a ella.

Las respuestas no están muy lejos. En su propio domicilio. Allí aprendieron que cualquier reunión social o acontecimiento por insignificante que sea debe ser regado con alcohol y por eso les han enseñado a brindar desde muy pequeñitos. Allí comprobaron que sus caprichos eran leyes, que nadie se atrevía a negarles nada, que podían vivir sin tener respeto a nadie ni a nada y que podían hacerlo con impunidad. Por si fuera poco consiguieron que su familia se alineara con ellos en el desprecio y el acoso a los profesores, que eran los únicos que intentaban educar.

Estos son una parte de los jóvenes que hemos «educado» Ahora bien, como en esos comportamientos no entran todos los jóvenes sino quizás una minoría se deduce que muchos otros son respetuosos con las leyes, con la autoridad y procuran adoptar comportamientos cívicos y solidarios. Así pues cuando algunos insisten en que no se debe demonizar a los jóvenes debería añadirse que a algunos sí que hay que acusarles de incivismo, insolidaridad y rebelión ante las leyes y añadir que en esa demonización deben entrar también muchas familias, autoridades y educadores.

Si queremos revertir la situación para construir una sociedad donde la convivencia sea posible, todos, jóvenes y adultos, debemos comenzar por admitir que lo hemos hecho mal, que durante mucho tiempo no hemos sabido transmitir valores cívicos, que hemos confundido educar en libertad con educar en libertinaje, que desde muy pequeñitos hemos perdido la influencia de los agentes educadores en los niños y que demasiada gente ha decidido no transmitir ninguna clase de valores. Debemos volver a echar sobre nosotros la responsabilidad de educar.

*Profesor