La muralla cacereña fue construida inicialmente por los romanos entre finales del siglo III y comienzos del siglo IV a. de C., con grandes sillares graníticos, dispuestos a soga y a tizón. Tenía forma rectangular con cuatro puertas. Cuando llegaron los Almohades se realizó una cerca aprovechando el basamento y las puertas romanas a finales del siglo XII, hecha con mampostería y sillares, dominando la argamasa en los muros y en las torres albarranas defensivas que construyeron.

El Arco del Cristo o Puerta del Río era una de las cuatro puertas de entrada que los romanos edificaron en el recinto amurallado de la colonia Norba Caesarina (Cáceres). De las cuatro tan sólo queda en el siglo XXI la Puerta del Río o Arco del Cristo, las otras tres fueron derribadas. Estas puertas estaban flanqueadas por torres albarranas almenadas idóneas para la defensa.

Fue construida en el siglo I, está situada en la parte este del recinto amurallado, en el centro del flanco oriental de la muralla, abierta de forma oblicua al lienzo donde se ubica y daba acceso a la Judería Vieja y a la Cuesta del Marqués; y saliendo por ella nos encontramos la Fuente de Concejo dentro de la vaguada que forma la Ribera del Marco cacereña, llena de huertas y huertos de los cacereños a lo largo de los siglos. De ahí su segundo nombre como Puerta del Río.

El Arco del Cristo en cuestión fue construido por los romanos con grandes sillares puestos a soga y a tizón y bóveda de medio cañón entre los dos grandes arcos de medio punto en ambas caras de la muralla, cuyo vano tiene amplia luz y un profundo intradós.

En la parte interior encontramos una hornacina con un cuadro de Cristo, del siglo XIX, de ahí su actual nombre y adosada a la puerta apreciamos la Torre del Río o del Concejo, uno de los torreones defensivos que la flanqueaban ya que se cree que tuvo una segunda torre hacia el norte hoy desaparecida.

Existe una preciosa leyenda que transcurre en el Arco del Cristo y que ha permanecido a lo largo de la historia. En este arco siempre ha existido un farol cuya luz iluminaba la hornacina donde estaba Cristo Crucificado.

La tradición nos cuenta que en el siglo XV los caballeros D. Gutierre de Saavedra y D. Fernán de Perero conocieron a una bella dama Dª Inés de Aldana. Ambos se enamoraron de ella y decidieron batirse en duelo fijando que el ganador se casaría con Dª Inés. El sitio elegido para el mortal duelo fue el Arco del Cristo. Empezaron a luchar y la vela se apagó por lo que decidieron parar y en ese momento la vela se encendió. Continuaron el duelo y ocurrió lo mismo en tres ocasiones, por lo que los nobles miraron a la hornacina y quedaron impresionados porque parecía que Cristo les estaba mirando.

Al entender que era una señal de que Cristo no quería que se mataran por una mujer, decidieron marchar a casa de Dª Inés y que ella eligiera. Pero cual sería su sorpresa que vieron a la dama en la ventana despidiéndose de un joven del que parecía estar enamorada.

Al ver la escena y viendo que su enfrentamiento no hubiera servido para nada hicieron las paces y en agradecimiento al Cristo juraron que nunca le faltaría la luz. Ambas familias se encargarían de que tanto el Cristo como el Arco estuvieran siempre iluminados. Y así ha sucedido a lo largo de la historia.