Cuando José Marcelo Giraldo Rebollo tenía 15 días, su padre, Marcelino, natural de Arroyo de la Luz, ya estaba en Düsseldorf, ciudad alemana a la que había emigrado después de haber trabajado por aquí en una cantera. Allí lo hacía en la estación de ferrocarril, donde se ocupaba de cargar y descargar las sacas de la correspondencia que pertenecían a una oficina de Correos. Su madre, Cipriana, era de Malpartida. Al volver Marcelino a España, éste pensó en abrir una bodega, pero su mujer apostó por una pastelería, y así fue como en 1972 compró un local en el número 1 de la plaza de Albatros donde fundaron Confitería La Madrila

Era entonces La Madrila el barrio del Cáceres moderno, que diseñó Manolo Carabia y que promovió Casero en un lugar donde hasta entonces solo había unos locales del señor Luis, el de las vacas. Alrededor de aquellos grandes edificios comenzaron a bullir prósperos negocios como la peluquería de Enrique VisolJoyger, que fue la primera hamburguesería que tuvo la ciudad y que nació un 14 de febrero de 1976 de la mano de los socios Joaquín y Germán. No tardaron en llegar otros míticos de la movida como Bol’s o Faunos, que convirtieron esta zona de la capital en un referente nacional.

Cuando los Giraldo comenzaron con su confitería, José Marcelo tenía 8 años. Su hermana Dori era profesora destinada en Casatejada, su hermano Manolo trabajaba en Ramos y Sierra, y él y su otra hermana, María José, estaban estudiando. Todos colaboraban. José Marcelo recuerda los tiempos en los que camino de Las Normales dejaba dos docenas de pasteles en la Cafetería Acuario, donde trabajaron célebres camareros como Flores o Piquiqui.

Pasaron los años y en los 90, cuando su padre se jubiló, José Marcelo se hizo cargo del negocio familiar junto a su mujer, María Isabel, a la que todos conocen como Ibe. Fue entonces cuando decidieron dejar el local de La Madrila, donde ahora hay una tienda de ropa, y abrir en el número 30 de la avenida Ruta de la Plata, Pastelería La Imperial, que cumple 50 años, una onomástica para sentirse indudablemente orgulloso porque no todos pueden presumir de formar parte de una empresa que ha llegado al medio siglo de vida.

La esencia

«Cerramos en La Madrila y trasladamos aquí el obrador», recuerda con emoción Giraldo al hacer memoria de aquellos años. Y aunque el tiempo pasa que vuela, ellos pueden presumir de no haber perdido su esencia; por eso La Imperial triunfa tanto que hasta consiguió el año pasado un Solete de la Guía Repsol. En sus vitrinas no falta ‘El Cacereño’, uno de sus pasteles más famosos. ¿Por qué ‘Cacereño’? La respuesta es bastante intuitiva: «Soy forofo del equipo», comenta Giraldo. Esa afición le llevó a pensar en un dulce para homenajear a su querida camiseta, de manera que preparó una delicia con merengue tostado y gelatina verde. Qué razón llevan quienes promulgan que lo que no entra por los ojos no entra por el estómago: a los cacereños no les gustó aquello de la gelatina, así que fue sustituida por canela y, sí, así sí, ‘El Cacereño’ triunfó.

De su obrador salen además otras maravillas, como los brazos salados: los hay de paté, de queso, de langostinos, de salmón. También hay canapés y placas de hojaldre con frutas. En Reyes no faltan los roscones y en Navidad, todo tipo de mazapanes. Es imposible que el paladar se resista a esta tentación.

Mientras habla con este diario está a punto de marcharse a Madrid a ver a su hija Blanca, que estudia y trabaja allí. La otra muchacha, Cristina, trabaja en una clínica dental. «Estamos muy orgullosos de que esta pastelería familiar haya aguantado. Ahora está aquí mi hijo Alberto conmigo», cuenta José Marcelo esperanzado en que la saga más dulce de Cáceres continúe.