Emilio del Amo y Virtudes del Sol era un matrimonio de Monroy que se vino a Cáceres y montó una frutería hasta que Emilio se presentó a unas oposiciones de Renfe, que estaba en Los Fratres. Allí trabajaba Emilio junto a Madriles, un señor que llamaban así porque vino de Madrid y estaba casado con la suegra de Agusti, que era jugador de fútbol y luego se sacó unas oposiciones de Hacienda.

La pareja comenzó viviendo en San José, muy cerca de una plazuela donde vendían pucheros de barro, hasta que se marcharon a la calle Peñas, al lado de la panadería de La Romualda y del ultramarinos de Román Jiménez. Vivían en una casa de dos plantas, donde también residían los Bravo. En el barrio tenían como vecinos a Aurora; Manolo; Cabrera, que era comisario de policía: los Guillén, que la madre estaba en Hacienda; Eduardo Franco, el mecánico; el señor Salas, que tenía un comercio, la Sofi, que vendía chucherías en la plaza de San Blas; y un conductor que era gallego y que luego se marchó de Cáceres.

Emilio y Virtudes tenían tres hijos: Enrique, el mayor, Isabel, la segunda, y Emilio, el pequeño. Jugaban al escondite y a la billorda e iban al parvulario con la señora Rosa. Muchos niños varones del barrio ingresaban después en los frailes del San Antonio, donde también se hacía la comunión. Enrique, el mayor de los hijos de los Del Amo, fue uno de ellos. En el San Antonio le dió clase el padre Pedro. Compartía pupitre con Alonso Rodríguez, Poli Muriel, o Felipe, hijo de los de la pastelería Lyria, que estaba en Donoso Cortés. Entonces había clases por la mañana y por la tarde y se merendaba pan con chocolate negro.

Don Leonardo

Al terminar el colegio, Enrique se fue al Brocense de la Preciosa Sangre, con don Emilio como profesor, que era tío de los Turégano. También le daba clases particulares don Leonardo Prieto, que tenía la academia en Colón, un barrio con su plaza y sus terraplenes al que los cacereños llamaban las resbalaeras . Don Leonardo utilizaba una habitación de su casa para dar clases. Era una casa baja, con un patio y una cocina donde entraban los alumnos a pedirle agua a la mujer de don Leonardo cada vez que se les secaba la garganta.

Trabajo

Lo que pasa es que Enrique no era buen estudiante, era más bien un chiquillo inquieto al que le costaba mantener la atención y se distraía hasta con el vuelo de una mosca. Así que un día don Leonardo le dijo a Emilio: "Mire, Emilio, es mejor que el niño no se dedique a estudiar, que trabaje y que sea en algo de manualidades" .

En aquel tiempo vivía en la planta baja del número 9 de la plaza del Duque una señora mayor que regentaba una tintorería y siempre tenía un perro blanco muy bonito en la puerta. Aquella mujer cerró el negocio, los Del Amo compraron el edificio al comandante Ulecia, padre de Pepe Ulecia, el arquitecto, y se marcharon a vivir allí. Cuando Emilio le contó a Virtudes el consejo que le había dado don Leonardo, ella, que era muy echada palante le dijo: "Pues que el niño se haga modisto o peluquero porque son dos negocios que nunca fallan" .

Eran los años 50 y en esa época Virtudes ya se dedicaba a la posticería, vamos, a hacer postizos y trenzas a vecinas y conocidas. Pensaron entonces que si su hijo se hacía peluquero el negocio podrían instalarlo donde estaba la tintorería. Enrique tenía 12 años y, ni corto ni perezoso, allá que se marchó a Madrid para aprender a ser peluquero.

Los empleados de Renfe tenían entonces los llamados Billetes kilométricos , es decir, gratis para ellos y sus familiares. El pequeño Enrique se montó en uno de esos convoyes y vivió durante seis meses junto a un primo hermano de su padre, Agustín del Amo y su mujer, Rocío, que tenían un taller de ebanistería en el madrileño barrio de la Concepción y que trabajaron durante un tiempo para el padre de Ana Obregón haciendo las estructuras de madera de los ascensores.

Enrique aprendió el oficio de la mano de José Porcar, que dirigía una prestigiosa academia en la calle Leganitos. Nada más llegar a la capital, sus parientes le enseñaron a montar en Metro el primer día, a partir del segundo, y con solo 12 años, iba y venía solo de casa a la academia, en aquel Madrid lleno de gente y altos edificios donde Enrique vio por primera vez un semáforo, porque entonces en Cáceres no había semáforos. En realidad aquí hacían poca falta puesto que solo tenían coche Castel el de la farmacia, y cuatro más.

Los regalos

En Navidad Enrique vino a Cáceres con regalos para todos: al padre le trajo una caja de puros, unas flechas para su hermano chico... El caso es que su padre se mosqueó un poco cuando vio tanto regalo, extrañado de que con los 20 duros que enviaba a su hijo al mes (dinero con el que también debía pagarse el Metro), hubiera tenido bastante para hacer todas esas compras.

Ocurrió que Enrique tuvo desde pequeño una inusitada visión comercial, así que a Porcar le pidió unos bigudíes, se los llevó a casa, y todos los domingos aprovechaba para hacer permanentes a las vecinas y parientas de Monroy que vivían en Madrid. Se sacaba 12 duros por domingo, que sumados a los 20 que le mandaba su padre, fueron más que suficientes para abastecer de regalos a toda su familia.

Pasados los seis meses de formación, Enrique volvió a Caceres y en el piso principal de su casa de la plaza del Duque abrió Visol, grafismo que unía las iniciales del nombre y apellido de su madre, que calentaba el agua en la cocina para lavar las cabezas porque entonces no había calentadores. En esos años existían pocas peluquerías de señora en Cáceres: estaban Las Manolitas, Hermanos Blanco o Juanito, que era mallorquín y tenía el negocio en la plaza de toros.

Cuando Visol empezó a darse a conocer, Enrique, que ya tenía 16 años, decidió trasladar el negocio a la planta baja de la casa. La peluquería fue toda una sensación, la decoró Gilardi, un señor valenciano dedicado a la decoración que se vino a Cáceres, se casó con Paquita, propietaria de la sala Yuca, y aquí se quedó.

Muy pronto Visol se convertiría en referencia de la alta peluquería de Cáceres. Enrique peinaba a la actriz Ana Mariscal, porque su cuñada Petri, la mujer de Pedro, era muy buena clienta; la condesa de Quintanilla, que vivía en Madrid, pero que venía a una finca que tenía en Cáceres y cuando pasaba por la ciudad se hospedaba en el Extremadura y se retocaba en Visol; la duquesa de Valencia; las Zaldívar; y doña Blanca y doña Beatriz, hijas del conde de Canilleros. También acudían doña Joaquina, que vivía en un palacio en la parte antigua, y doña María Vaca, que venía de Villamiel con su chófer, y las Simón, naturales de Torrejoncillo y eran seis o siete hermanas, una de ellas casada con Carlos Alonso.

La hermana de Enrique, Isabel, también ayudaba en la peluquería. Ella se casó con Eulogio Rincón, que tenía una mantequería en la avenida de la Montaña, donde luego Isabel montó Amosol, una tienda de regalos para la casa que fue muy famosa en Cáceres. Emilio, el otro hermano, ayudó en el negocio, pero poco tiempo, porque era músico y se fue a Madrid a tocar con la famosa orquesta de Nelo Costa. Años después Emilio volvió a Cáceres, es agente comercial y se casó con Merche Enrique, una enfermera que su padre era cajero del INP.

El Coliseum

Cuando el obispo Llopis levantó el Coliseum, Emilio, el padre de Enrique, se hizo allí con un apartamento en el séptimo piso y abrió la peluquería más coqueta de la ciudad. Fue un boom. El local, de 70 metros, lo decoró Antonio López con maderas hechas por Cayetano, que tenía la carpintería en Colón. La peluquería disponía de un hall estilo oriental, un apartadito con sillones y perchero a modo de sala de espera y la sala principal.

En esas estaba Enrique cuando en un baile de Nochevieja en el Alvarez conoció a Marce López, hija de Antonio López, el salchichero de San Pedro, que vivía en la casa de Pizarro donde ahora está el bar La Habana. Eran vecinos de José Luis Rosado, que tenía una gasolinera, y de María, que se su padre era militar.

Aquella noche Marce convenció a su padre para que la dejara acudir al baile de Nochevieja argumentando que asistiría con su amiga María Victoria Guzmán. Y hasta hoy. La pareja frecuentaba El Clavero, veían películas en el Capitol, cine al que se llevaban los bocatas de casa, tomaban el aperitivo en el Avenida y el Metropol (que estaba en Cánovas y llevaba Angel). Se casaron en San Juan, en una boda oficiada por Jesús Acedo, que su familia eran los de la farmacia de Pintores, y lo celebraron en La Rosa. Marce estudió Magisterio, y sacó unas oposiciones para el cuerpo de la administración de la Universidad Laboral, centro donde trabaja. Tienen tres hijos: Enrique, Mónica y Patricia, y cinco nietos.

Las pelucas

En esos años se pusieron de moda en España las pelucas. Enrique vio que aquello podría tener éxito en la ciudad y se trajo de Madrid unas cuantas, de pelo natural y de nylon. Las colocó en una vitrina, sobre unos maniquís. Fue la sensación, las había desde 600 pesetas y todas las mujeres de Cáceres querían pelucas.

Un día la mujer de don Juan Pérez, que hizo el edificio Norba, fue a la peluquería y le comentó a Enrique que el local que ellos tenían en la Casa de los Picos, donde está el Santander, se quedaba vacío. Del Amo pensó que aquel sería un buen sitio para instalar su nueva Visol, cerró Coliseum e inauguró esa peluquería en la que había un sillón en forma de patito para cortarle el pelo a los niños.

A partir de ahí Enrique iniciaría otra etapa marcada por la enseñanza, al instalar en 1977 el primer centro de Cáceres de FP 1 de la rama de peluquería homologado por el Ministerio de Educación. Muy pronto Enrique compraría en San Juan de Dios, a un paso de la plaza de Gante, un local de 400 metros cuadrados donde montaría su academia.

Pero aquí no queda la cosa. El inquieto Enrique abrió en Doctor Fleming el bingo del Atlético Cacereño, que regentó junto a Genaro Rodríguez, que llevaba el OK.

Años más tarde se enteró de que Muebles Cordero traspasaba su local de avenida de la Montaña. Lo arrendó e instaló un disco pub, el primero de Cáceres en incorporar música en directo. Lo llamó El búho rojo. Era una sala intimista, con sus cascadas de luces, sus cómodos sillones, su piano y una cafetería a la que apodaban La Moncloa porque en ella se celebraban tertulias de políticos en plena Transición. El búho rojo lo diseñaron Pepe Ulecia y Damián Arroyo y por su escenario pasaron Los Hispanoamericanos, el Mago Monti, La Caita y hasta Los Camborios cuando se transformó en la sala rociera Triana.

Enrique también probó suerte con una caseta de feria que trajo a Mocedades, Leño, Chiquetete, o Mari Carmen y sus muñecos. Del Amo se jubiló tras 50 años de trabajo pero tras él queda toda una vida, una trayectoria que empezó en aquel tren que lo llevó a Madrid y que un día lo devolvería a Cáceres, ciudad donde se convirtió en el rey de la alta peluquería.