‘Bailar pegados es bailar’, cantó una vez Sergio Dalma y aquel tema lo lanzó indudablemente al estrellato. Lo cierto es que bailar, pegados, separados o en grupo, siempre es bailar. Ocurre lo mismo con besar. Hay besos en la frente, en los labios, en las mejillas, besos de cerca y también de lejos, de esos que se lanzan al aire y que también son besos.
La pandemia continúa, aunque nos hayan dicho que ya podemos quitarnos la mascarilla. Por eso, la junta de gobierno de la Real Cofradía de la Virgen de la Montaña ha decidido que este año tampoco haya besamanto como tal. De manera que ante la patrona, los cacereños pueden inclinar su cabeza o unir sus labios, colocarlos en la palma de sus manos y hacerlos volar como el viento.
Esta semana comienza la cuenta atrás del fin del novenario con la Procesión de Subida que se celebrará el próximo domingo, Día de la Madre (por cierto, corran a su quiosco a reservar el ejemplar de ese 1 de mayo porque El Periódico Extremadura regala la botella reutilizable conmemorativa de la Montaña, ideal para cuando hacemos algo de ejercicio).
Uno de los actos centrales de los próximos días (además de la presentación de los niños, que se celebrará el miércoles y jueves, 27 y 28 de abril a las 16.30) será el Besamanto, que tendrá lugar el viernes, 29 y el sábado, 30 de ocho de la mañana a doce de la noche en la concatedral. Es la antesala del retorno de la Cacereña Bonita a la ermita y es históricamente multitudinario (se repartirán 20.000 estampitas).
Aunque se desconoce la fecha exacta, parece que la tradición de besar el manto a la Virgen se remonta al siglo XVII, cuando el anacoreta Francisco de Paniagua recorría la ciudad con una imagen pequeña de la patrona implorando limosna para levantarle una capilla en la Sierra de la Mosca. Así comenzó la devoción cacereña, que no ha perdido ni un ápice de fe.
Como para este acto se pide prudencia, la Virgen no portará manto largo sino corto, se trata del número 56, de tisú de plata, donado por María de la Montaña Puerto y confeccionado por las antiguas monjas del santuario.
Ayer la concatedral volvió a ser un trasiego y los cacereños aplaudieron la acertada elección del manto del domingo por parte de la camarera, Julita Herrera: fue el número 145, donado en 2019 por la familia Menéndez-Zarracita, en acción de gracias. Es una prenda de terciopelo rojo, rematada de encaje del mismo color. Va ribeteado de pasamanería dorada y salpicado de piedras doradas. Y es que cuando la Montaña viste de rojo siempre arrasa.