Dice la tradición, inmemorial por cierto, que a quien adivina el color del manto de la patrona, la Virgen de la Montaña le concede un deseo. Ayer, quienes optaron por el blanco, acertaron. Fue el número 88 la prenda elegida por la camarera, Julita Herrera, para estrenar el novenario de la Cacereña Bonita. Se trata de una prenda primorosa de raso blanco, bordado en hilo de oro, cuajado de flores y pedrería y con puntilla y flecos de canutillo de oro entrefino. Relativamente reciente, lo donó en 1994 Juan González y está confeccionado con el traje de boda de su esposa, Noly Salgado Luceño. Fue realizado en los talleres de Santa Rufina de Madrid.

La camarera es quien determina qué elementos lucirá la patrona en el novenario (son 11 mantos). La decisión suele estar tomada a principios de año, con tiempo suficiente para ver el orden en el que se usarán y las flores que decorarán el trono y el templo.

Homenaje al colegio San Antonio por su centenario. EL PERIÓDICO

Los mantos de la Virgen de la Montaña (tiene 155) forman parte de la historia y la cultura de los cacereños. Muchas tradiciones se fundamentan en esta pieza que viste a la patrona de la ciudad. Existe la creencia de que hay un manto para cada día del año. Los más antiguos datan de 1902 y fueron donados por Petra Fernández Trejo. No obstante los dos más importantes fueron los regalados por la Reina Isabel II, que lució la Virgen en su ceremonia de coronación canónica, y el adquirido por suscripción popular por la conmemoración de los 25 años de este acontecimiento. Otra curiosidad es que aún se conserva el manto que vestía la Virgen el 23 de julio de 1937, cuando la ciudad fue bombardeada.

La Virgen de la Montaña fue esculpida entre los años 1620 y 1626. Se sabe que el autor es sevillano, aunque anónimo. La imagen es muy pequeña, de 58 centímetros. Fue declarada Patrona Principal de la Ciudad de Cáceres el 2 de marzo de 1906 y coronada canónicamente el 12 de octubre de 1924.

La primera bajada a la ciudad desde su ermita se produjo el 3 de mayo de 1641 y lo hizo como rogativa para que lloviera. Fue el ermitaño Francisco de Paniagua quien inició la devoción. Al parecer, recorría la zona con una pequeña imagen de la Virgen y pedía limosna para una ermita. Entre 1621 y 1626, en los peñascos de la Sierra de la Mosca, empezó a construir su cabaña y colocó a la Virgen en un saliente de la roca. El cura de Santa María, Sancho de Figueroa, dijo allí la primera misa el 25 de marzo de 1626.

Desde entonces los cacereños le profesan una fe sin límites que ayer se volvió a demostrar, por cierto, en el homenaje que la cofradía le rindió al colegio San Antonio de Padua al cumplirse el centenario de su fundación.