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«Hay que tratar de sonreír mucho», asegura uno de los vecinos más queridos de esta barriada cacereña

Pajares, la alegría de Las 300

Tiene 64 años, nació en Cáceres y ha pasado gran parte de su vida trabajando en el mundo de la construcción y la mecánica

Pajares, la alegría de Las 300LORENZO CORDERO

Hijo de un modesto matrimonio de guardeses de finca (José y Juliana), sus padres nacieron en Arroyo de la Luz y tuvieron una prole de siete hijos, uno de ellos ya fallecido. Estudió en el mítico colegio del Madruelo (hoy desaparecido y situado en Las Tenerías, en pleno corazón de la Ribera del Marco). Todos lo conocen por Pajares. Es, sin duda, uno de los vecinos más populares del barrio de Las 300, en la capital cacereña.

Pero, además, es la alegría personificada. En la barriada están acostumbrados a verlo a diario de un lado para otro. «Mi principal virtud es que transmito felicidad a la gente y me gusta hacerla reír», destaca Francisco Gabriel Pajares. Tiene 64 años y ha pasado gran parte del tiempo trabajando en la construcción, también en Balpia (la antigua cantera de Aldea Moret) y en el sector de la mecánica, donde por suerte superó un aparatoso accidente en las manos.

«Era un hombre siempre dispuesto a todo», manifiesta mientras comparte un café con este periódico en la terraza del bar El Patio, uno de los más concurridos de la avenida de la Bondad.

Pese a los altibajos de la vida, su permanente sonrisa se hace todavía más grande cuando habla del equipo de sus amores, el Club Polideportivo Cacereño, del que es un asiduo seguidor. «A mí me encanta de Cáceres esa mezcla natural de hablar con unos y otros, de sentirme de Las 300, de ir cada domingo al estadio Príncipe Felipe a cantar los goles y al momento estar tomando una cerveza con los amigos. El Cacereño es una gran familia. Lo del fútbol es secundario», apunta Pajares, que habla con mucha devoción de su afición futbolera.

Entre sorbo y sorbo de café, no para de saludar a la gente. Pajares es un torbellino. Ya jubilado, ahora dedica su tiempo a pasear y coger espárragos. «En ocasiones, encuentro enormes ejemplares», admite con esa sonrisa que le caracteriza y que ha hecho de él todo un referente para Las 300, su barrio de toda la vida.

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