Juventino Ballesteros Baltar, seguramente sea de esas personas que vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Su vida daría para un libro. Nació en Millanes de la Mata y con 16 años se marchó de forma voluntaria a realizar el servicio militar a Ibiza. Narra suficientes aventuras como para descubrir que tuvo una existencia, tal y como él define, «muy divertida». De hecho, casi se enfada cuando uno le pregunta en pasado si lo pasó bien a lo largo de su vida: «¿Cómo que si lo pase bien? Sigo pasándomelo estupendamente», confiesa entre risas.

De característica melena, alpargatas de suela de cáñamo azules, un estilo moderno… vivió la edad dorada de los hippies en la localidad ibicenca, una especie en extinción, y la transformación de la isla. Cuenta que promulgó la paz y el amor libre. «Me he dedicado toda la vida a las máquinas excavadoras, antes se hacía bastante dinero aunque se trabajara de lo lindo, pero ya no es lo mismo», señala mientras toma café en el Bar Las Tinajas.

«Siempre vengo tres veces al año a Extremadura. En la tierra una cerveza es donde mejor sabe»

Aunque sigue residiendo en la isla, regresó al pueblo porque su madre Araceli Baltar falleció hace algo más de tres meses con 102 años. «Siempre vengo tres veces al año a Extremadura. En la tierra una cerveza es donde mejor sabe y uno está rodeado de los suyos. Hay chorizos, morcillas, jamón, queso, alimentos como Dios manda. Mi abuela me decía: ‘Hijo mío, qué agobio en esa isla tan chiquinina’ y yo me reía».

Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos jóvenes europeos y americanos, desencantados con la situación política de su país, emigraron, y provocaron que se extendiera el movimiento hippie en la década de los 60-70. Empezó en Estados Unidos, -hay quienes manifiestan que nace en San Francisco-, y después se extendió a Europa, a países como Londres y Ámsterdam; y a países de Latinoamérica hasta llegar a la India y Nepal. Años más tarde se acaban instalando en Ibiza encandilados con su belleza, naturaleza y su clima. Muchos de ellos eran americanos que escaparon de la guerra del Vietnam, europeos hartos del consumismo y españoles que huían de la dictadura franquista. «Sigo siendo hippie y extremeño», confiesa con muchísimo orgullo.