A mediados de los 90, cuando los ecos del boom empezaban a apagarse, un grupo de escritores mexicanos, Jorge Volpi, Eloy Urroz e Ignacio Padilla, acuñaron para sí mismos un nuevo movimiento con el manifiesto del crack y una denuncia al exotismo forzoso en el que se había sumido a la literatura latinoamericana. Tenían poco más de 20 años y la intelligentsia mexicana no les perdonó la osadía hasta que en 1999 empezaron a ganar premios en España.

De ese grupo, Padilla fue el autor más secreto y también el más delirante, un escritor anclado en las ficciones del siglo XIX pobladas por monstruos de feria, pollos decapitados pero vivos, dragones, y fantasías librescas a la sombra de Mary Shelley. Escribió novelas pero fue sobre todo en sus cuentos fantásticos donde puso lo mejor de sí mismo. La obra de su vida, toda su ambición, se llama Micropedia y debía englobar los libros de relatos que escribió a lo largo de 20 años. Fallecido a los 48 años, apenas le dio tiempo de publicar tres, Las antípodas y el siglo, El androide y las quimeras y Los reflejos y la escarcha. Ahora Páginas de Espuma los reúne en un cofre junto a un cuarto volumen, Lo volátil y las fauces, con material inédito y un cuadernillo bonus track en el que los amigos de Padilla valoran su figura.

La edición viene al cuidado de Jorge Volpi, que le conoció cuando ambos tenían 16 años y Padilla acababa de ganar un concurso. «Era muy culto, muy simpático, muy encantador y se hacía querer, pero guardaba celosamente su intimidad», evoca el amigo, también uno de los firmantes del librito homenaje junto a Santiago Gamboa, Fernando Iwasaki, Andrés Neuman, Edmundo Paz Soldán y Cristina Rivera Garza, Recuerda Volpi cómo en sus primeros años se hizo escritor bajo la influencia de García Márquez y de Juan Rulfo, pero la aparición en su vida de los textos de Borges le transformarían. «A los 23 años ya tenía su estilo y su camino, que es el que está reflejado en estos cuentos, y que percibo como una interesante síntesis de García Márquez y Borges, algo que parece imposible por lo antitético, pero que él logra».

«Fuimos amigos y colegas -cuenta Volpi-, los escritores del crack quisimos demostrar que en México no era obligatorio mostrar la realidad o relatar fantasías tropicales. Nuestras historias podían ubicarse en cualquier lugar».