Europa «se creía libre del virus de la barbarie» en aquellos tiempos. Siempre recuerdo a Tomaz Pandur, qué pronto se murió Tomaz Pandur, definiéndose como apátrida en unos tiempos de nacionalismos exacerbados, extremistas, fanáticos: «Yo soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe».

Con una frase se pueden decir mil cosas. Qué parte de la cultura de tu país es tuya, te conforma, qué parte te quitan sin saber cómo, ni por qué. Recuerdo una carta al director en una revista que hablaba de la guerra, un chaval de 19 años que decía que se había tirado dos defendiendo un polvorín sin saber por qué y, con el trabajo periodístico, se había enterado, por fin.

Europa se creía libre del virus de la barbarie, dice Fidel Martínez Nadal. Qué diríamos de Fidel Martínez Nadal, desde aquel Sven, que fue la adaptación de un poema de Pilar Adón. Antes de Cuerda de presas (qué maravilla), antes de Fuga de la muerte. Ahora ha contado un hecho que a este lado de Europa casi hemos olvidado: el cerco de Sarajevo.

«Sarajevo pain es una novela gráfica en la que trato de contar el asedio a la ciudad de Sarajevo durante la guerra que tuvo lugar en Bosnia durante la guerra de la última década del siglo XX». La ha editado Norma, iba a salir el 23 de marzo y el lanzamiento se lo comió la pandemia, como a tantos otros cómics y a tantas otras novelas.

Tenemos tiendas especializadas en Extremadura. Pídanlo allí, echen un ratito mirando juegos de mesa, juegos de rol, muñecos de Funko, cómics de grapa, novelas gráficas, figuritas. Cuiden el pequeño comercio, el que da de comer a sus vecinos y no a tipos cuyos nombres no sabemos pronunciar. Gracias.

Volvamos a Sarajevo. Volvamos con las palabras de Fidel: «Sarajevo había sido durante mucho tiempo un símbolo y un modelo de convivencia e integración social entre bosnios, serbios y croatas hasta el estallido del conflicto, en el que una serie de rencores y odios enconados durante siglos afloraron en el nacionalismo más extremista y fanático».

Con esta ciudad como fondo, una ciudad y un cerco que también son protagonistas, ha creado varios personajes que sirvan como anclaje: todos son serbios. Hay un francotirador que tiene atemorizada a la población. Y luego están «Zelja, una joven que debe hacer frente a la pérdida de su pareja, que ha muerto durante una confrontación armada; Amir, que es un niño que intenta buscar refugio a la trágica realidad que le rodea a través de los cómics y de la compañía de su amiga Almira; Anja, que es una víctima de la guerra, que contempla el conflicto desde la privilegiada e inusual perspectiva que le otorga la muerte y, por último, un pintor anónimo cuya máxima pretensión es realizar una pintura que denuncie la relación que siempre se ha producido entre la guerra, el poder y la belleza».

El pintor dice: «Soy pintor y, como tal, me he comprometido a realizar un cuadro que represente esta terrible guerra que nos consume día tras día, para contradecir esa convicción humana que ha llegado a ver en ella un motivo digno de ser plasmado en una obra de arte».

En la guerra moderna, el sitio de Sarajevo ha sido el más largo: desde el 5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996. Murieron más de 12.000 personas, se hirió a 50.000 y la mayoría de las bajas fueron de civiles: «Un militar es un civil con uniforme», escribía Eduardo Haro Tecglen.

No ha vuelto a recuperar la población que tenía antes de la guerra.

De todos modos, Sarajevo es un símbolo. Una vergüenza para una Europa que miró hacia otro lado, como ha hecho durante toda la crisis para los refugiados y como, más que previsiblemente hará durante la crisis económica que vendrá. Es la prueba de que hay vecinos que conviven pacíficamente hasta que dejan de hacerlo.

No se sabe cómo empezó la guerra: los serbios dicen una cosa, los bosnios otra. Sí sabemos que murió gente haciendo cola para obtener agua, porque en las guerras se sigue saliendo a la calle porque no queda más remedio, para intentar sobrevivir. Sabemos también que destruyeron la Biblioteca Nacional porque los puntos culturales (bibliotecas, iglesias, sinagogas, mezquitas) es lo primero que se ataca en todas las guerras. «Si tocas una biblioteca, me tocas el alma», decía Ray Bradbury.

«Lo que trato de hacer es invitar al lector a convivir con esos personajes y con todas las personas que, durante casi media década, tuvieron que vivir ese angustioso cerco». Sarajevo pain nos servirá, dice Fidel, «para visitar una ciudad que sucumbió al desamparo más absoluto para recordarles, mientras realizan esa visita, el peligro que entrañan ciertos relatos históricos y mitológicos, pero, sobre todo, el valor que tiene la libertad».

Al menos, esta libertad exigua que tenemos (somos mayores ya para creer en el libre albedrío, sabemos bien la importancia de los contextos), que no nos la toquen.

Un cómic no va a cambiar las cosas enteras del mundo, pero sirve, para unos pocos, como punto de partida para reflexionar. Ojalá esta novela gráfica sirva para eso y para el recuerdo.