Aparecer en portadas de suplementos dominicales, revistas de moda (encantada de haberlo hecho y deseando repetir) o programas de televisión; quizá la posibilidad de alguna publicación, una intervención de radio de higos a brevas e incluso algún premio inevitable, genera una sensación de restitución inmediata bastante convincente que no es más que combustible fantasmagórico para alimentar las hogueras en las que se nos sigue quemando. Somos unas recién llegadas a todas estas cosas y ya se habla de sobreexposición sin vergüenza ninguna entre quienes no sueltan el foco ni muertas; aparte de retirarnos tales atenciones cuando el guion patina por algún lado que no guste al marquesado. Eso, ese salirse del guion, que no es más que hablar con normalidad sin que nos pidan fuentes fiables que respalden cada opinión que damos, por nimia que sea, es el verdadero espacio. Y lo veo menguar cada día.

Las mujeres trans somos parte de la conversación pública como objetos de análisis, no como sujetos de derecho si no pactamos con el diablo. De lo contrario se nos permitiría expresar dudas, temores y desconfianzas, tal y como lo hace cualquiera, sin presentar credenciales, investigaciones y conclusiones firmes sobre lo que tememos. Si planteamos tales cuestiones desde la experiencia, se nos dice que esa experiencia no es válida, que somos seres excesivamente reactivos y se nos manda a tomar leche caliente y a acostarnos. Si insistimos llega la reacción, violenta y correctiva. 

Lo escribe Alana Portero y lo copio mientras escucho a Rui Díaz cantar: «Cuando vuelvan por mí / no les digas que / jamás pude ser / lo que querías de mí / jamás lo intenté: / por favor diles que / nunca quise ser / lo que querían de mí».

Alana Portero es una mujer trans. Ayer se celebraba el Día Internacional de la Visibilidad Trans y hemos tenido teatros comprometidos socialmente en la región (¿puede un teatro no reflejar el mundo en el que vive? Puede, pero nos gusta menos), que han programado obras protagonizadas por personas trans. Una de ellas fue la deliciosa ‘Cris, pequeña valiente’ y otra, ya protagonizada por adultos, es ‘En tránsito’, escrita por Laura Rubio. La pueden ver hoy en el Teatro Alkázar de Plasencia a las ocho y media de la tarde y mañana sábado en La Nave del Duende de Casar de Cáceres. La dirige Antonio C. Guijosa, a quien hemos visto ponerse al frente de las dos últimas y maravillosas obras de nuestra Teatro del Noctámbulo: ‘Contra la democracia’ y ‘Tito Andrónico’ y, como siempre, plantea preguntas, porque Laura Rubio dejaba bien claro que esta no es la historia unívoca de cualquier persona trans: es la historia de Álex. Nada más.

Hay representación, pero poquita aún. Y, sin embargo, qué bienvenida es la representación cuando, por fin, es respetuosa y veraz. La historia del cine está llena de personajes trans perversos (piensen en el personaje antagonista de la película ‘El silencio de los corderos’).

Las obras para niños pueden servir para poner muchos temas encima de la mesa. Lo estamos viendo estos días en el maravillosísimo Festival de Teatro para la Infancia y la Juventud D-Libro de Montijo, que esta misma tarde, a las siete, nos presentará al profesor Paco Pepe. Paco Pepe es Francis J. Quirós, que se sube al escenario para contarles a los más pequeños, con la ayuda de su robot de Inteligencia Artificial XTrini 3000, muchas cosas divertidas sobre un meteorito que se encuentran en La Siberia. Traerán al mismísimo Darwin y harán un experimento en vivo y en directo muy espectacular. «No es magia: ¡es ciencia!».

La perla

Pedro Pastor tiene la voz suave, como sus padres, Luis Pastor y Lourdes Guerra. Está de gira para presentar su disco esta noche, en el teatro López de Ayala de Badajoz y mañana sábado en el Gran Teatro de Cáceres. El disco se titula ‘Vueltas’. Y no han sido pocas las vueltas que ha dado: recordamos conciertos suspendidos durante la pandemia, de un día para otro, que por fin pueden celebrarse. Le acompaña su banda, Los locos descalzos: «Forma parte de las nuevas generaciones que han crecido con una guitarra en casa», dice Carlos Ortiz, de Backstageon, la promotora que lo organiza, que añade: «Pedro Pastor es viaje, camino y mestizaje. Letras de rebeldía, amor, cambio y aprendizaje. Folclores de ida y de vuelta, sonidos orgánicos, mucho baile y también mucha reflexión».

Y los científicos llevan ya diciéndonos, durante demasiadas décadas, que vamos tarde para cuidar el planeta. Sobre el cambio climático va la obra que cierra el D-Libro, ‘Las cuatro estaciones ya no son lo que eran’, de Teatro Che y Moche (compañía con el nombre más molón del país, no me digan que no). Es una comedia climatológica con la música de Vivaldi, en la que destaca el violín de Tereza Polyvka, ucraniana. Su marido, Joaquín Murillo es el saxofonista de la obra y charlamos sobre la guerra también. Seguimos siendo capaces de crear belleza y de actuar, a pesar de todo.

Y capaces de pensar también en enemigos, en «ellos» y «nosotros» también en lugar de ir todos juntos hacia alguna parte. En un territorio cualquiera hay un muro. Así parte la obra ‘Del otro lado’, de la compañía cántabra Escena Miriñaque, que podrán ver a las seis y media de la tarde mañana sábado y el domingo a las doce de la mañana, en el Teatro Maltravieso, en Cáceres. Dos niñas, una a cada lado del muro, quieren jugar juntas. Los adultos decimos que al otro lado del muro hay gente con la que no queremos partir los panes, pero los niños piensan: «Oh, aquí hay otro niño, vamos a jugar». Qué curiosa esa capacidad de acercarse a desconocidos cuando somos chicos y decirles: «¿Puedo jugar con vosotros?» y que, ojalá, te digan que sí (si te dicen que no, te pones triste). 

‘Del otro lado’ nos recuerda que en todos los muros hay agujeros.

Ojalá pudiéramos abrir más y colarnos por todos los intersticios de la realidad para poder comprender mejor al otro. A todos los otros.