Música

Mad Cool día 2: una calurosa verbena rock

El poderoso festival madrileño ofrece una jornada de buenos conciertos diurnos, a pesar del calor, y con grandes figuras del rock y la música de guitarras en sus diferentes expresiones

Josh Homme, líder de Queens Of The Stone Age, durante su concierto de este viernes en Mad Cool.

Josh Homme, líder de Queens Of The Stone Age, durante su concierto de este viernes en Mad Cool. / Ricardo Rubio - Europa Press

Jacobo de Arce

Un repaso rápido a las redes sociales y su contenido relacionado con Mad Cool este viernes antes de que empezara a caer la tarde arrojaba unos resultados esclarecedores: las palabras ‘calor’ y ‘sol’ aparecían con mucha más frecuencia que ‘música’ y cualquier cosa relacionada con esta. Una vez en el recinto, quedaba claro por qué. Una parte considerable del público actuaba como verdaderos refugiados del clima, vagabundeando en busca de una sombra más que de un concierto. Lo de la otra parte es incomprensible. Probablemente se tratae de una especie alienígena con cuerpo de amianto, una raza sustitutoria como la de 'La invasión de los ultracuperpos'. Si no, no se entiende cómo podían aguantar, sin perder la alegría, el achicharre que se desplegaba sobre el inmenso descampado en el que se extiende el más grande de los festivales madrileños.

De hecho las altas temperaturas era también lo primero que mencionaban los artistas a los que les había tocado el ‘turno de tarde’. “Gracias por estar aquí a pesar de este calor”, decía un sudoroso Kevin Morby, y eso que el suyo era uno de los escasos conciertos a cubierto, en una carpa donde solo debía hacer unos 35 grados pero en la que al menos uno podía despistar al melanoma. También hacía referencia Angel Olsen: “Bienvenidos a la sombra”, decía la artista norteamericana ante unos fans que se sentían semidioses porque su escenario proyectaba una sombra generosa en la que, además, soplaba una inesperada brisa mesetaria. Fuera de esos oasis, Mad Cool (o Mad Hell, como alguien lo ha rebautizado en broma), a la espera de que llegara la noche, era un auténtico infierno climático. Otra oportunidad para repensar la idea de celebrar una festival que empieza a primera hora de la tarde en pleno mes de julio.

Sea como fuere, quizá porque los madrileños ya se las saben todas con las altas temperaturas, y también porque el creciente porcentaje de extranjeros viene buscando precisamente eso, el calor que se acabó imponiendo a lo largo de toda la jornada fue el humano. El público de Madrid quizá no sea tan melómano como el de otras grandes capitales, pero a lo que no le gana nadie es a verbenero. Y Mad Cool es una gran verbena a la que se va con amigos, se bebe en compañía, se charla sin parar durante el 80% del tiempo que dura un concierto y, si eso, se cantan y se bailan los hits. El escenario se presta: entrar al recinto por donde está la noria (¿en serio esto todavía?) y con la canción 'Pluma Pluma Gay' (o la original que después versionaron los Morancos, qué más da) atronando desde una tómbola (sí, una tómbola, con su animador y sus peluches para los ganadores) puso enseguida en situación al periodista. El festival es una gran fiesta de pueblo en la que, en lugar de la Orquesta Panorama, tocan Queens Of The Stone Age, y donde el papel de los coches de choque lo desempeña un parque de juegos de Barbie. Real.

Guitarras y hombres

Si algo definía el cartel de este viernes era un absoluto dominio masculino y un programa en el que se imponía el rock en sus diferentes gradaciones. El plato fuerte eran Mumford & Sons y su folk rock de diseño, que llegaban para desquitarse después de haber sido víctimas de la cancelación de una de las ediciones de la pandemia. Todo en el conjunto londinense parece pensado por un director de arte hipster, y que su actuación arrancase y terminase con fuegos artificiales, porque hay que amortizar el festival con miles de reels de instagram, no hizo más que subrayar esa apuesta marcadamente esteta. Las imágenes del concierto en pantalla eran casi todo el tiempo en un blanco y negro cinematográfico, cada uno de los movimientos de los músicos parecía estudiado, y si el bajista te dijera que tiene una pequeña fábrica de cerveza IPA artesana te lo creerías.

La banda que comanda Marcus Mumford es tan perfecta que da rabia. El suyo fue sin duda el concierto que mejor sonó de todos los que se celebraron este viernes. El sonido cristalino, con la medida perfecta para cada uno de los instrumentos de un grupo que destaca por su colorido instrumental, hacía pensar en un técnico de sonido prodigioso. Tocan razonablemente bien, y Mumford es un frontman solvente. Un tipo sensible que parece querer pasar desapercibido aunque la cámara solo le enfoque a él. Las canciones aguantan, cuentan ya con algunos himnos, pero todo parece envuelto en algodón de azúcar, cuando tocan las de animarse y cuando llegan las de emocionarse. En un cierto punto, la sobredosis de banjo, piano y esa guitarra tocada como un ukelele resulta irritante.

Marcus Mumford, al frente de Mumford & Sons, en su concierto madrileño.

Marcus Mumford, al frente de Mumford & Sons, en su concierto madrileño. / Ricardo Rubio - Europa Press

Arrancaron con 'Babel', canción que da título al disco que les valió un Grammy al álbum del año en 2012, y sin más dilación dispararon 'Little Lion Man', su mayor hit. El pico de emoción duró poco, porque el resto del concierto solo fue disfrutado por los fans, sin lograr convencer al que no lo estaba ya. Fue un show correcto pero tedioso, algo más intenso cuando Marcus se subió a la batería para tocar 'Lover of Light', cuando él mismo se bajó a cantar junto al público la bailable 'Ditmas' o cuando la banda encaró 'The Cave', momento de sacar el móvil y grabar para el Insta. El final llegó con la romántica y épica 'I Will Wait', otro de sus grandes hits, que de nuevo fue pespunteado por unos fuegos tras el escenario. Ahora los muñecos ya podían regresar a la caja para que los vuelvan a sacar en la siguiente ciudad.

En una jornada eminentemente guitarrera, la tarde había sido amenizada por dos de las grandes sensaciones del indie rock americano de la última década. Ni Kevin Morby ni Angel Olsen han llegado a convertirse en estrellas de grandes recintos, pero sus carreras a estas alturas son sólidas y cuentan con un respaldo importante del público.

Morby lleva una banda nutrida en la que más allá del básico guitarras-bajo-batería hay teclados, un violín y vientos que entran y salen, lo que le da un colorido fantástico que brilla especialmente en sus canciones más recientes. Con dos de ellas arrancaron su concierto, 'This Is A Photograph' y la brillante 'A Random Act Of Kindness', ambas de su penúltimo álbum, de 2022, que acaban de completar con una segunda parte hace apenas unas semanas. Morby recuerda a ratos a Lou Reed, a ratos a Leonard Cohen y su mística y a ratos a cantautores más coetáneos como M. Ward. El público bailó desde el principio y lo dió todo con 'Rock Bottom', un hit de guitarras distorsinadas que parece que le hubieran prestado sus compañeros de cartel The Black Keys. El cantante dedicó a Madrid la canción que debe dedicar a todas las ciudades, 'City Music', y se despidió sin muchas ganas con Photograph 2, como para cerrar el círculo que había iniciado con su primera parte.

Angel Olsen ha sido una de esas artistas sacudidas por la pandemia, pero en su caso por razones mayores que se sumaron a las que compartió el mundo entero: en aquellos meses de encierro, sus padres murieron con apenas unas semanas de diferencia cuando ella acababa de comunicarles que era gay. De aquella sacudida salió una artista que, frente a la grandilocuencia electrizada de discos como 'All Mirrors', eligió volver a sonidos más intimistas y de raíces en el álbum que surgió de todo aquello, 'Big Time' (2022). De él salieron la mayoría de las canciones que interpretó con su banda casi exclusivamente femenina (la cuota macho la ponía el batería) este viernes en Mad Cool. Arrancó con la evocadora 'Dream Thing' y siguió con 'Ghost On', dos canciones de ese disco extraordinario y lleno de melancolía que hicieron que el tercer escenario del festival sonase de repente, gracias a la reverb y al órgano de temas como 'Right Now' y 'This is How It Works', como si se tratase de una iglesia. Pero también hubo momentos que dejaron entrever a la Angel Olsen de antes, como esa 'Shut Up Kiss Me' tan eléctrica y tan indie rock que sigue siendo su canción más escuchada en plataformas.

Apoteosis disco

Cuando el sol todavía hacía complicada la supervivencia, Sam Smith tuvo el valor de salir al escenario principal del recinto y montar una fiesta disco que fue el único contrapunto de relieve a la jornada rockera. Era la primera vez que interpretaba sus nuevas canciones fuera de su país, Reino Unido, y estaba jovial. Salió acompañado de tres impresionantes coristas y de un cuerpo de baile un tanto de baratillo, vestidos, todos ellos, de riguroso dorado, el mismo color de la gigantesca estatua de una odalisca que hacía de decorado en medio del escenario. El concierto fue un no parar de hits propios y ajenos, con momento álgidos como ese tema de dance apacible que es 'Dancing With a Stranger' o el baladón 'Lay Me Down', que cantó con una de sus coristas de voz descomunal. Los bailes de verdad llegaron con un par de colaboraciones, 'I’m Not Here To Make Friends', fabricado a medias con Calvin Harris, y 'Latch', el temazo deep house que publicó hace unos años con los hermanos que forman Disclosure, para continuar con un clásico disco como el 'I Feel Love de Donna Summer'.

Sam Smith, con uno de sus infinitos atuendos.

Sam Smith, con uno de sus infinitos atuendos. / Ricardo Rubio - Europa Press

El día decidió por fin empezar a retirarse cuando Smith, que se había cambiado ya varias veces de vestuario, apareció con un velo blanco y una corona de espinas y entonó 'Gloria', el tema casi eclesial que da título a su último álbum, para a continuación quitárselos y quedarse casi desnudo con un atuendo que tenía un punto bondage. La juerga queer había por fin estallado. Smith le dijo al público “bienvenidos a mi cabaret gay”, como si quisiera mandar un mensaje a los aires retrógados que soplan en España, y remató la faena con esa 'Unholy' que firma a medias con Kim Petras y para la que se pone una chistera con cuernos y empuña un tridente, una parafernalia por la que en su país algunos le han tachado de satanista. Él, claro, se troncha.

De la fiesta diversa que había dibujado Smith se volvió, en cuestión de minutos, al ecosistema rotundamente heterosexual que congregaron Queens Of The Stone Age. La banda californiana de rock contundente, casi metalero, era uno de los platos fuertes de la jornada, y no decepcionaron. Arrancaron a lo bestia, con el mayor de sus éxitos, 'No One Knows', un rock de trote casi matemático que puso al público en marcha. Las cabezas se sacudían, abundaban las manos que tocaban guitarras y baterías imaginarias y no faltaba ese clásico que son las chicas subidas en hombros de chicos.

Josh Homme, el carismático líder de la banda, estaba tan feliz que no paraba de brillarle el diente (o funda) dorado que tiene en su dentadura. El año pasado se cayeron del cartel de Mad Cool en el último momento, y esta vez tenía por fin su revancha. Madrid le daba la oportunidad de chapurrear unas cuantas palabras de español como las que le gusta meter en sus discos. La banda, una formación con un mínimo de tres guitarras más sincronizadas que los remeros de una trainera, iba soltando hit tras hit: entre otros, 'I Sat by the Ocean', 'Make It With Chu', 'The Way You Used To Do' y del último disco, apenas publicado, 'Carnavouyeur', 'Paper Machete' y 'Emotion Sickness'. Cerraron con 'Go With The Flow', un tema casi hardcore del mismo disco mítico, 'Songs For The Deaf', que la canción con la que abrieron. Homme no quería irse. Dijo que por él se habría quedado allí para siempre, “en esta noche tan bonita”.

Sin embargo, por ese escenario tendrían que pasar todavía, terminado el concierto de Mumford & Sons, The Black Keys, el dúo de magos del rock garajero que forman Dan Auerbach y Patrick Carney, guitarra y batería. En esta ocasión, los dos veteranos venían respaldados por más músicos, pero estos se quedaban en segunda fila para darles todo el protagonismo. Este cronista vio solo unas pocas canciones antes de salir pitando del reciento para evitar unos posibles Juegos del Hambre en la búsqueda de transporte de vuelta a casa, aunque durante esta segunda jornada no hubo incidentes reseñables en los accesos como el día anterior. Pero sí le dio tiempo a disfrutar de 'God On The Ceiling', esa joya ultradistorsionada que hace bailar a un muerto, de otro hit más relajado como es 'Tighten Up' y sobre todo de Have Love, Will Travel, el tema de Richard Berry que fue transformado en himno del garaje por los Sonics para que después la hicieran suya estos dos tipos que, además de todo lo demás, son dos melómanos empedernidos. Quienes se quedaron hasta el final dicen que el concierto fue lo que apuntaba: monumental.

Para quienes vayan a visitar el festival de nuevas el sábado, dos avisos. El primero es que en un recinto que debe tener el tamaño de una población pequeña, hay solamente una zona de baños. La zona de baños más grande del mundo, probablemente, pero solo una. Problema: que aunque la zona puede atender a cientos (¿miles?) de personas, su acceso no permite tanto. El tráfico que se organiza alrededor en horas punta es tremendo, y el personal tiene que obligar a la gente a dar una vuelta importante para poder llegar hasta el anhelado urinario. Moraleja: planifiquen sus alivios con tiempo.

El otro es sobre la carpa dance. Que en realidad se llama The Loop, pero es una carpa dance como las de los festivales de los 90. Otra vez. La cosa sería graciosa si no fuera porque este escenario, el que alberga las propuestas electrónicas, se convierte en un horno insufrible. A pesar de ello, en algunos momentos del viernes, por ejemplo en la sosísima sesión de Polo & Pan que apenas daba para que alguna influencer se hiciera un vídeo pretendidamente molón, había tanta gente dentro y en sus accesos que la situación llegaba a dar miedo. Y eso después de haber hecho una gincana por todo el recinto en la que no se paran de esquivar todo tipo de construcciones donde las marcas han decidido instalar sus casi siempre absurdas activaciones.

Ya lo dijimos el año pasado: recorrer este festival es como jugar una partida de Super Mario Bros.