Robe sale del pozo y se crece como fuerza de la naturaleza en ‘Se nos lleva el aire’

El exlíder de Extremoduro demuestra que está en racha en un álbum arrollador, rockero y neoclásico en el que se entrevén sus pulsos con sus fantasmas y con la depresión

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Robe Iniesta

Robe Iniesta / EFE

Jordi Bianciotto / Rafael Tapounet / Roger Roca

Tras dejar a un lado la caravana de Extremoduro, Robe Iniesta ha puesto la directa, y sus discos y sus ‘tours’ cabalgan uno detrás de otro. Dos de las canciones de ‘Se nos lleva el aire’ ya fueron destapadas en tiempos de su última gira, y confluyen ahora en una obra que lo muestra en racha, a él y a su compenetrada banda, manejando un repertorio con menos cuerpo filosófico que el anterior, ‘Mayéutica’ (2021).

Robe a chorros, en una vorágine sonora tan lírica como aparatosa, compartiendo cavilaciones en voz alta, tal vez encriptadas pero ricas en sentencias lapidarias (“demasiada droga hasta para mí”, “el mundo no nos interesa nada”, “vamos a robar un banco”), ahora sin necesidad de invocar a Cicerón ni a Sócrates. Tratar de analizar ‘Se nos lleva el aire’ a partir de sus letras es arriesgado, pero la primera pista la deslizó días atrás el tema ‘Nada que perder’, donde Robe alude a sus fantasmas (las adicciones) y a la idea de que, tras haber caído hasta lo más bajo, ya solo queda la remontada. Canción corpulenta y con giros armónicos emotivos, cuyo vídeo prescinde de relato: el grupo, tal cual, tocando en lo que parece un receso de la prueba de sonido de uno de sus conciertos.

Delgado frente al espejo

‘Se nos lleva el aire’ equilibra la arquitectura sonora de sus álbumes en solitario: está ahí el sello levantisco de Extremoduro, su arrollador muro de electricidad, y el contrapeso melódico neoclásico, con las dramáticas cenefas de violín de Carlitos Pérez, en roce constante con los ‘power chords’ guitarreros, y el eco de la voz de Lorenzo González. Esta vez las piezas no son movimientos, sino canciones, diez. Y flota entre ellas la percepción de un Robe que se mira al espejo y busca su centro de gravedad: “Necesito que vengas, que se me lleva el aire”, suplica en ‘El hombre pájaro’, el tema de apertura. “Hoy tampoco he probado bocado, ya comeré mañana / Sé que estoy más delgado y he perdido las ganas”.

¿Se sobrepone Robe tras un (nuevo) pulso con la depresión? Podría parecerlo, si bien el ánimo mostrado es de afrontar las tinieblas de cara: ahí está ‘Ininteligible’, pieza arrolladora e indignada, la juguetona ‘A la orilla del río’ o la ‘Haz que tiemble el suelo’, con su catedralicio ‘crescendo’ y sus aullidos finales. Y la montaña rusa de ‘El poder del arte’, situando ahí, en la creatividad y en las musas, la posibilidad de la salvación de “una vida inerte, una vida triste, una mala muerte”. Robe, gimiendo y estremeciéndose a lomos de una dinámica filo-sinfónica que supera los nueve minutos.

Con sus sacudidas torrenciales, sus resoplidos de órgano Hammond y los desatados solos de guitarra setenteros, ‘Se nos lleva el aire’ sirve una experiencia intensa que será paladeada con deleite por la afición y que puede resultar sofocante para los demás. Pero así son las leyes de Robe. Jordi Bianciotto