"Buscaba excusas para discutir en casa y poder salir a jugar a las máquinas tragaperras". Este es el testimonio de Francisco Robles, policía local de 47 años, y ejemplo de superación para todos aquellos que, como él en su día, tienen una adicción al juego. Robles ha querido contar su caso con motivo de la presentación oficial de la Federación Extremeña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (FEXJAR). Consiguió un empleo fijo muy joven, a los 22 años, y "a raíz de manejar el dinero vino el problema, primero con las máquinas tragaperras y después el bingo". Fue consciente de que era ludópata cuando vio que "no controlaba, sacaba el premio y seguía jugando aún cuando las pérdidas eran mayores que las ganancias".

Su dependencia al juego le llevó a pedir anticipos y varios préstamos para hacer frente a sus deudas con bares y entidades bancarias. En su caso, el problema no le afectó laboralmente aunque sí a nivel familiar. Comenta que, una vez terminado el servicio diario, llegaba a casa y buscaba excusas para discutir y poder salir a jugar a las tragaperras. Más tarde empezaría a frecuentar los bingos con la idea de obtener ganancias para solventar las deudas. Como en la mayoría de los casos, el detonante de la situación fue "el tema económico cuando las cuentas están en números rojos". Afortunadamente, pasó de verse "con las maletas en la puerta a tener una vida completamente normal". Hace 18 años descubrió la Asociación Extremeña de Jugadores en Rehabilitación (AEXJER) de Almendralejo, donde inició un tratamiento.

El tratamiento suele tener una duración aproximada de dos años y están basados en la autoterapia. El primer año se trata la rehabilitación del juego patológico; mientras que el segundo está dirigido al proceso de maduración para corregir los cambios de actitudes o problemas familiares. Para ello, los ludópatas acuden una vez por semana a una terapia de grupo, formada por cinco o más personas y dirigida por un psicólogo, en la que ponen en común sus experiencias, aprenden técnicas de relajación y a controlar sus impulsos hacia el juego.

"La terapia me cambió la vida", afirma, hasta el punto de que, tras la rehabilitación, se incorporó al movimiento asociativo para ayudar a otras personas. "No hay ninguna píldora ni varita mágica, recapacitas y te das cuenta de que es posible vivir sin juego", concluye.