"No me preguntes qué me aporta porque no lo sé, lo que sí sé es que cuando voy desganado o triste a visitar a un enfermo porque ya está muy malito, salgo de su casa lleno, contento y muy satisfecho. Recibes mucho más de lo que uno puedo dar". Esta es la razón por la que Juan --prefiere obviar su apellido para evitar el protagonismo-- es voluntario de cuidados paliativos desde hace seis años. "Me jubilé de la enseñanza con 60 años. Sabía que tenía que hacer algo en mi tiempo libre y empecé como voluntario en otras instituciones hasta que me enteré de los cursos de cuidados paliativos y decidí participar para seguir ayudando. Tras un informe psicológico me consideraron apto y estoy encantado. Cuando termina un caso estoy deseando que me den otro".

Su motivación no quita que la situación a la que se enfrenta sea dolorosa. "No es fácil, porque te puedes pasar con el enfermo muchos meses y haces amistad. Cuando llegas a tu casa es difícil aparcarlo todo porque los sentimientos están ahí, aunque la recomendación de los profesionales es esa". Su único objetivo es escuchar y conseguir que el enfermo se olvide de su situación. "Hay que evitar las típicas frases hechas, ganarte al paciente, entenderlo y empatizar con él". Juan ha tenido ya tres pacientes. "Con el primero me di cuenta de la necesidad que tienen de ser escuchados. Me dijo que nunca había aprendido a leer ni escribir bien y juntos empezamos a hacer dictados. Eso nos duró una semana porque enseguida empezaron los tratamientos fuertes y fue empeorando. Al final surgió la amistad. Pasamos seis meses juntos, hasta que llega la triste llamada que esperas, la que te anuncia su muerte. Todos te dejan un recuerdo imborrable".

Antes que Juan, Pepa y Angela ya venían haciendo voluntariado en Cuidados Paliativos también a través de la Pastoral de la Salud de la parroquia de San José de Cáceres. "A mí me empujó al voluntariado ser útil y poder dar algo a los demás por eso también participamos en otras acciones desde hace muchos años". Pero para esto hay que tener fortaleza. "Tienes que formarte porque no todo el mundo está preparado psicológicamente para acompañar a enfermos terminales y sus familias. De hecho, nos nos recomiendan ir a sus casas más de dos días a la semana durante dos horas". Su llegada motiva a los enfermos, "algunos piden que los arreglen para cuando lleguemos", y alivia a sus familiares que durante este tiempo pueden realizar labores fuera del hogar o simplemente desconectar. "Pepa y yo tuvimos un paciente que no hablaba nada y lo motivamos tanto que empezó a hablarnos y todo". Angela ya ha atendido a tres pacientes de cuidados paliativos y, mientras espera la llamada para un cuarto, continúa visitando a otros enfermos que no son terminales. "Al final, aunque quieras no logras desconectar cuando llegas a casa. Aunque veas de cerca la muerte y estén en el final de su vida, no te creas que vamos allí a llorar o sufrir, al contrario, la alegría es lo que reina".

Pepa lo corrobora. "Nuestra misión es alegrarles un poco la vida y hacer menos doloroso ese trance y a veces lo conseguimos porque se llegan a reír a carcajadas y todo. Me da la sensación de que es un deber con ellos y me voy a casa satisfecha", dice Pepa, que reconoce que lo pasó fatal el primer día que la llamaron para atender a un paciente terminal. "No sabía qué me iba a encontrar ni si iba a poder. Luego me pasé un año con esta persona y una experiencia muy buena".

La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) es otra de las organizaciones que participan en este programa regional. Juan Ramón Camps es desde hace tres años uno de sus voluntarios, que como el resto, intenta aliviar las situaciones difíciles. Por su profesión, es médico de Atención Continuada en el Hospital San Pedro de Alcántara, en Cáceres, está acostumbrado a lidiar con la muerte y a atender a un enfermo terminal con la naturalidad que requiere una situación así. "Aunque eso no evita que sea duro, porque al final compartes mucho tiempo con una persona y llegas a crear lazos". Lo llaman para casos difíciles, jóvenes e incluso extranjeros. "Con ser sencillo, asequible y no invadir la intimidad del paciente es suficiente".

Juan Ramón sintió la necesidad de ayudar y se inició como voluntario en Cáritas. Su misión es viajar al tercer mundo y algún día lo hará, "pero el tercer mundo también está aquí porque hay mucha gente necesitada". En su día a día se dio cuenta de las carencias y los huecos vacíos, de la desasistencia de muchas personas y se metió de lleno en los cuidados paliativos. A cambio no busca un agradecimiento, ni una satisfacción personal, "sino el bien del otro". "Un día alguien me pidió disculpas por no sentirse con ganas de conversar, ese día aprendí que simplemente estar a su lado era suficiente", relata Juan Ramón.

Olimpia, de Badajoz, es otra de estas personas ejemplares, un adjetivo que ellos rechazan. Dice que se enamoró de este voluntariado nada más conocerlo hace ya ocho años a través de la AECC . "Son personas que te enseñan mucho en todos los niveles de la vida, tanto los enfermos como sus familias, y de todos te queda un poquito siempre aunque hay que tener resortes para desconectar y quedarse con buen sabor de boca". Cuando la llaman para un caso acude con ilusión por empatizar con el enfermo, por buscar qué le puede aportar para hacerle ese trocito de vida un poco mejor. "Es algo que engancha" cuenta.

Viviendo con naturalidad ese momento final de la vida, "te das cuenta de lo efímera que es, de que debemos aprovecharla mientras estemos vivos, enfermos o no. Te das cuenta que lo que importa es el presente, del valor del tiempo. Disfruta y vive mientras estés vivo". Toda una lección de vida de quienes cada día alivian el sufrimiento de la muerte.