Acantilados, cascadas, selvas tropicales y aguas cristalinas en playas de ensueño. Un lugar paradisíaco. Así es la estampa que se ha formado en el colectivo imaginario sobre Hawái. Sin embargo, a principios del siglo XX, los 632 extremeños que decidieron hacer las maletas para poner rumbo a estas islas en busca de un futuro mejor se encontraron con una realidad distinta: sueldos bajos por horas y horas de trabajo en plantaciones de cañas de azúcar y café.

Un capítulo desconocido en la historia de la emigración extremeña y que desde hace apenas un año se está logrando rescatar del olvido gracias a la investigación que está llevando a cabo el antropólogo, bibliotecario de la Universidad de Extremadura y presidente de la asociación Club Universo Extremeño, Manuel Trinidad. «Desgraciadamente los extremeños somos invisibles. Siempre que se habla de emigración se cuenta la de los vascos hacia Estados Unidos o la de los gallegos a Argentina, pero de los extremeños nunca se habla», denuncia.

Uno de los barcos de vapor que trasladaban a los emigrantes desde Gibraltar a Honolulu. El Periódico

Una de las razones por la que más de 8.000 españoles emigraron partieron por aquel entonces a un lugar tan lejano y extraño como Hawái tiene su explicación en la recluta que se desempeñó en diferentes zonas del país cuyo objetivo era conseguir que jornaleros y obreros del campo se desplazaran hasta las islas para trabajar. Según recoge un estudio realizado por el historiador Germán Rueda Hernanz para la Universidad de Valladolid, se repartían folletos e impresos en los que anunciaban las «magníficas» condiciones laborales y el halagüeño porvenir, además del reclamo de un viaje gratuito pagado por plantadores de caña de azúcar y el gobierno de Hawái. La oferta resultaba tentadora para la población de la época que no disponía del dinero suficiente para emigrar.

Cartel que anunciaba uno de los viajes a Hawái. El Periódico

Una larga travesía

Casto Corchero, natural del municipio cacereño de Pozuelo de Zarzón, fue uno de los extremeños que tenía la certeza de que en Estados Unidos le esperaría una vida mejor. En el año 1913 decidió abandonar su pueblo natal para partir hacia el archipiélago del Pacífico junto con su esposa, la montehermoseña Vicenta Lorenzo, y todos sus hijos entre los que se encontraba la recién nacida Alfonsa Corchero. Los emigrantes viajaban en barcos de vapor que partían de Gibraltar hasta Honolulu. El trayecto duraba cerca de dos meses, una media de aproximadamente siete semanas. Los nombres de los buques eran: Victoria, Heliópolis, Orteric, Willesden, Harpalión y Ascot. La mayoría de quienes marcharon nunca más volvieron a España porque «antes se regresaba cuando se triunfaba y en este caso, la emigración no triunfó», asevera Trinidad.

Esta familia tuvo que sufrir, al igual que el resto de pasajeros, las duras condiciones higiénicas del crucero, las cuales causaron la muerte de algunos emigrantes. Así, según el estudio de Hernanz, en el mismo año en que viajaron los Corchero, fallecieron en uno de los barcos 27 personas y desembarcaron más de medio centenar de enfermos. Cuando por fin los españoles llegaban a Hawai, no sabían hacia dónde iban ni lo que debían hacer, desconocían absolutamente todo: el método de trabajo, las costumbres y leyes del país, el clima, la lengua...

El trato recibido en las plantaciones era deplorable: trabajaban diez horas diarias durante 26 días al mes y no les pagaban mucho aunque a cambio tenían casa, leña, agua y asistencia médica gratis. La mayoría de los miles de españoles huyeron de Hawái y dirigieron sus pasos hacia California, donde cobraban cuatro veces más. Una vez instalados en este nuevo destino, Alfonsa Corchero tuvo seis hijos, entre los que se encontraba Juanita de la Cruz. La familia siguió creciendo y en el último cuarto del siglo XX, hace poco más de 40 años, nació Nina Collins, hija de Juanita y perteneciente a la cuarta generación de los Corchero.

Al otro lado del Atlántico

Son 9.252 kilómetros los que separan Extremadura de Palo Alto, en California, la ciudad en donde actualmente reside Nina. Trabaja como contable en una agencia gubernamental y apenas domina el castellano. Además, colabora desde la lejanía con la investigación de Manuel Trinidad, que le ha permitido determinar el grado de parentesco con todos sus antepasados y localizar a la generación actual de su familia extremeña residente en Coria.

En el número 8 de la calle de la Corredera de esta localidad cacereña se encuentra la pastelería El Pintor, abierta por Zacarías, sobrino de Casto Corchero, el emigrante a Hawái. Con casi ochenta años de historia, este negocio familiar sigue abierto bajo los mandos de la tercera y cuarta generación: Antonio Corchero, su mujer y sus hijos Luis, Leonor y Candela. El padre de Antonio, Zacarías Corchero, también intentó vivir en América pero rápidamente lo deportaron a España. Posteriormente, se asentó en Coria donde decidió abrir la tienda. «Aunque mi padre hacía de todo, era conocido como el pintor del pueblo, de ahí viene el nombre de la pastelería», recuerda Antonio con añoranza. 

Por su parte, Nina espera conocer en persona a su familia extremeña el próximo año: «Me alegré mucho cuando descubrimos que mi familia todavía tiene parientes en España», explica emocionada. Pese a la distancia, las redes sociales han facilitado el contacto entre ambas partes de la familia que casi han podido completar el árbol genealógico. «No teníamos ni idea de que nuestros antepasados emigraron a Hawái y California, nos parece muy interesante saber quién es quién», señala Leonor, una de las hijas de Antonio.

Una iniciativa del CUEx

Manuel Trinidad es el presidente del Club Universo Extremeño (CUEx), asociación que ha impulsado la investigación. Junto a un equipo de profesores universitarios y colaboradores repartidos en diferentes pueblos, este proyecto pretende divulgar la cultura regional con el objetivo de fortalecer los vínculos de los extremeños con el exterior y facilitar su retorno a la tierra natal. «Nuestra aspiración es traer a los americanos para que conozcan a sus parientes extremeños en octubre de 2022», apunta Trinidad. También confirma que tras el verano solicitarán ayuda a la Junta para seguir con la investigación.

Este investigador comenzó su interés por los vecinos que marcharon hacia Hawái cuando durante el confinamiento del año pasado vio una exposición de emigrantes españoles a EEUU. «Me llamó la atención que el destino fueran estas islas y me puso a buscar información», explica. La única referencia acerca de Extremadura que había en esa muestra era un baúl de dos emigrantes que fueron y después retornaron, Isidra Solís y Diego Barquilla. En su regreso, esa pareja fundó en Trujillo el mesón La Troya. Después, contactó con una página de españoles en Hawái y consiguió que le enviaran un listado con más de 600 extremeños que entre 1912 y 1913 pusieron rumbo a un destino incierto. A partir de ahí, vino todo lo demás. Una labor con la que, sin duda, este antropólogo está recuperando capítulos de la historia extremeña que hasta ahora eran totalmente desconocidos.