No puede evitar detenerse, suspirar y proseguir la conversación con la voz entrecortada mientras cuenta a través del teléfono que un donante, anónimo como todos, le regaló la vida que él, con 55 años, estaba a punto de perder. «Sin esa persona, sin su hígado, no podría haber cumplido hoy -por ayer- los 58 años», dice emocionado Fernando Parra García. ¿Qué le diría si pudiera escucharle? «Gracias y gracias». Este pacense ha tenido que superar muchas cosas en los últimos años de su vida. El alcohol, lo admite abiertamente para concienciar de lo que puede llegar a suponer, le provocó en 2015 una cirrosis con muchas complicaciones posteriores, entre ellas una perforación de estómago. 

Dejó drásticamente de beber mientras se encontraba en el paro porque la empresa en la que trabajaba cerró. «No estaba muy allá, pero seguía un tratamiento y unas reglas estrictas con las que me mantenía hasta que en junio de 2019, estando de vacaciones en Málaga, tuve una inflamación interna (ascitis) provocada por el mal funcionamiento del hígado». Estuvo ingresado en un hospital malagueño 12 días. «Me quería venir a Badajoz, pero me dijeron que no llegaba ni a Antequera». Ahí fue consciente de que su vida se estaba agotando. Y entonces le hablaron por primera vez de la posibilidad de someterse a un trasplante de hígado. «Era la única solución». Y dejó de pronto también de fumar. 

Apenas un mes después, en agosto de 2019, se sometió a todas las pruebas previas para ver si era viable el trasplante. El 10 de septiembre entró en la lista de espera y apenas quince días después, «el 28 de septiembre a las cuatro de la tarde mientras terminaba de comer», llegó la llamada de su doctora: «vente, que tenemos un hígado compatible». Esa misma noche, a las 22.30 horas entró en quirófano y tras una larga operación nocturna, a las 9.00 del día siguiente salió de aquella sala. Un día y medio en la UCI, diez días en planta y hasta ahora. «Todo evolucionó muy bien. He tenido mucha suerte».

Desde aquel día la vida de Fernando cambió por completo. «He vuelto a hacer deporte, ando dos horas al día y he vuelto a subir al Almanzor, que creía que ya nunca más podría». Y por supuesto, no ha vuelto a beber, ni a fumar y se compró además una moto con el dinero que se habría gastado en esas sustancias. «A veces no valoras el riesgo de las cosas que haces. No han sido unos años fáciles, pero me siento tan a gusto, tan feliz y tan bien que todo merece la pena». Ahora es pensionista y tesorero de la Asociación Extremeña de Trasplantados (Asextras), desde donde intenta ayudar y concienciar de la importancia de donar vida cuando otra acaba.