Me gustó cuando lo vi en TVE (no había otra) prometer hacer normal en las leyes lo que era normal en la calle. Y su reforma política fue el abrelatas de un cambio sin ruptura que permitió --ahí es nada-- transitar legalmente desde un régimen autoritario --con resabios fascistas-- a una democracia de corte europeo. Dos fotos de las publicadas el sábado por este diario me interesaron. La primera es la de Suárez arrodillado en un reclinatorio, jurando como jefe de Gobierno con un gran crucifijo en primer plano, el Rey y Torcuato Fernández Miranda detrás suyo. El franquismo sin Franco . En la otra, poco más de un año después, fuma un pitillo con Felipe González en La Moncloa. Ya era otra España y la esperanza empezaba a amanecer. Ahora, cuando la democracia está enferma (no solo por la crisis) y es imposible ver a Rajoy y Rubalcaba fumándose un pitillo y lanzando una imagen de confianza, esa foto no solo inclina a la nostalgia, sino que me recuerda que Adolfo Suárez fue el gran político que condujo a España desde la dictadura de los vencedores de la guerra a una democracia de todos que recuperó los políticos republicanos que habían logrado sobrevivir (Santiago Carrillo y Josep Tarradellas ).

Cuando fue nombrado, el Madrid inteligente --que apostaba por Areilza , el conde de Motrico-- le recibió con una patada. Ahí está el artículo de Ricardo de la Cierva en El País : "Qué error, qué terrible error Dios mío". Fue lo contrario. Areilza no hubiera podido desmontar el régimen porque los falangistas y algunos militares lo habrían zarandeado. Para liquidarlo hacía falta un falangista (aunque de camisa blanca y de conveniencias), de la misma forma que quien luego enterró el comunismo no fue Sajarov sino Gorbachev , el que fuera secretario general del PCUS.

Discrepo de los que afirman que el mérito de Suárez fue solo enterrar al régimen. El Suárez de 1977 a 1979 fue extraordinario, magnífico. Hacer una Constitución abierta, con consenso desde Fraga a Carrillo y con Pujol y el PNV (este último solo a medias) era complicado. Los pactos de la Moncloa, por los que la izquierda aceptaba que los salarios no siguieran a la inflación, tampoco fueron fáciles. Y traer al presidente de la Generalitat republicana en el exilio a pilotar la transición en Cataluña fue increíble. Hacía falta coraje y saber aprender. El Suárez que dijo que el catalán no servía para las ciencias es el mismo que, poco después, finalmente, trajo a Tarradellas.

El Suárez de después de 1979, el plenamente constitucional, acabó mal. No estaba rodado en la democracia (como Gorbachev) y no entendió que la UCD debía definirse en el centroderecha para poder homologarse en Europa y ganar así autoridad ante una derecha sociológica que le había tolerado --e incluso aplaudido-- en la transición porque no había otra solución pero que creía que se habían hecho demasiadas concesiones y él era el culpable. Suárez no era un izquierdista pero sí quería disputar al PSOE el centro y no supo ver que solo lo podía hacer desde el centroderecha europeo. O sea, inmerso en una democracia cristiana no confesional. Seguramente no interpretó bien la estrepitosa derrota de Gil Robles y Ruiz-Giménez en 1977 y cayó en la trampa (se vio mas con el CDS) de apostar por un personalismo sin referentes europeos.

Reivindicar

Adolfo Suárez fue un político con mayúsculas al que todos los demócratas españoles deben mucho y al que habría que dedicar (sin tener complejos) grandes avenidas en nuestras ciudades. Claro, no fue un líder inmaculado sino un político que ascendió en el régimen franquista y que para subir recurrió a todo (incluido ser director de la televisión del régimen). He devorado los dos libros hipercríticos de Gregorio Morán --que recomiendo--, pero sus sombras no deben ocultar la gran aportación a la democracia, que no necesita tanto santos o profetas sino buenos profesionales, aunque sean turbios y tengan, como dice la obra de teatro de Sartre , "las manos sucias". Miren lo que pasa en las democracias de mas allá de los Pirineos y al otro lado del Atlántico, a las que no tenemos autoridad moral para dar lecciones. En política exigir la virtud total lleva al desastre. Y Suárez hizo lo que hizo porque estaba lejos de esa virtud. ¿Más lejos que nuestros dirigentes actuales? Lo dudo mucho. Lo único seguro es que tenía coraje.