69 Festival de Teatro de Mérida

Historia de un padre y un hijo

Cuando Samuel Viyuela tenía 16 años, no había aprobado ni una y en su cabeza había una cresta rubia, porque cumplía todos los clichés de un adolescente, su padre, que se llama Pepe y es uno de los mejores actores de España, se lo trajo a Mérida, a ver qué podéis hacer con el niño, deslomármelo, por favor, y lo pusieron a cargar focos. 

Le encantó.

No te puede gustar cargar focos...

Es que era cargar focos en Mérida.

Además, necesitaban un figurante, así que se quitó la cresta o se la tiñó (cito de memoria y no recuerdo los detalles, porque el Festival de Mérida es un no dormir y, en fin, yo ya tengo una edad) y se puso a actuar como lancero. Lancero 834 (no, nunca ha habido 900 lanceros en Mérida: es una exageración para hacer notar al lector que el hijo del actor principal ni siquiera era el figurante número 1). 

El público aplaudió. 

Generalmente, el público aplaude: con más o menos ímpetu. Lo que sí hace la mayoría en Mérida es levantarse: no como señal de respeto, sino para dar un respiro al coxis. Pero aplaudieron y aquel chaval de 16 años notó la intensidad de los aplausos físicamente y pensó que no se conformaría con solo una vez y se puso a estudiar con Gracia Querejeta, Luis Luque, Juan Carlos Corazza, el Action Theatre de Berlín, Carampa, Fabio Mandolina o Jango Edwards. 

Ahora, hace del hijo de su padre. Y de actor. 

«¿Otra vez Pepe Viyuela?», me preguntaron en redacción: ha pasado casi una decena de veces por el Festival de Mérida. «Pepe Viyuela puede venir todos los años -respondí-: Pepe Viyuela es Dios y le queremos». Hablar de teatro con Pepe Viyuela es una de las mejores cosas de mi trabajo: de teatro, de literatura, de circo, de la labor del payaso (por cierto, este fin de semana es el Buey de Cabeza en Cabeza del Buey: lo inaugura Yllana y podremos ver a Víctor Cerro y ‘Ridi Pagliaccio’ de los Asaco, dirigida por Tortell Poltrona, porque, como dice Tortell, en todos los lugares hay gente con la capacidad de hacer reír), de qué es un payaso, de la tradición del payaso, del Augusto, el Carablanca, el ‘clown’ torpe al que le sale todo mal, que somos todos. 

Viene Pepe Viyuela, interpreta al padre de su hijo (a Estrepsíades, un avaro que no es que no tenga un duro, que sí que lo tiene) y le dirige Paco Mir, exTricicle. Dos años ha tardado Paco Mir en convencer a Jesús Cimarro (el director del Festival de Mérida) de que le contrate. Dos años que le han parecido dos siglos. 

En el ensayo, porque yo escribo esto cuando no se ha estrenado aún la obra, vimos solo una escena, la llegada de Estrepsíades a la Academia de Sófocles, y dos canciones: «Yo soy la gran nubarrona», cantaba Mariano Peña, todo afoscado, porque nos vamos a afoscar mucho con ‘Las nubes', permítanme el juego: es un musical o es una obra de teatro con muchas canciones, siete nada más y nada menos, con música compuesta por el maestro Juan Francisco Padilla.

Y también es una obra de teatro dentro del teatro. Estamos en el año 15 después de Cristo y se inaugura el teatro romano de Mérida. La cónsul, Doña Julia, la mujer de Agripa, llega al teatro, pensando que va a haber una tragedia de dimensiones épicas y se encuentra con que la compañía ensaya una comedia, que son carísimas, porque hay cinco actores y 24 de coro, y que, además, para más inri (ya podemos decir inri, porque es después de Cristo), la comedia es griega. En un teatro romano. De Aristófanes.

Aristófanes era un tío conservador, no se vayan a engañar. Y a Sócrates le tenía en bastante baja estima y se dedicaba a ridiculizarlo, también en las obras de teatro. De todos modos, lo que cuenta es tan intemporal como las difíciles relaciones paternofiliales, que es un tema que no se agota. «Mi padre y yo discutimos mucho -confesaba Samuel Viyuela-, así que traemos parte del trabajo hecho de casa». 

Estrepsíades va camino de la ruina por culpa de su hijo (al que le gustan mucho los caballos o el caballo), así que decide apuntarse en la escuela de Sócrates para convencer a sus acreedores de que no les debe nada porque con una buena retórica puedes ser Marco Antonio en Julio César, cosa que aprende rápido su hijo para hacerle la vida imposible. El de Estrepsíades, no el de Marco Antonio. Y, además, contarán cuáles son los entresijos de la vida de una compañía, porque las imposiciones en el reparto, las tramas y las sutilezas del oficio casi no han cambiado en los últimos veinte siglos. 

Es una adaptación, sí. Los textos originales griegos son incomprensibles para el público actual, porque, en fin, sería como si habláramos de la ruptura de Rosalía y Ruwu dos mil años más tarde: quiénes eran esos dos, se preguntaría la gente del futuro. Nosotros somos esa gente del futuro y a veces me gustaría creer en una vida consciente tras la muerte y que alguno se asomara a los tiempos actuales por un agujero y supiera que se le sigue representando: imaginen: Eurípides, Sófocles, Esquilo, Plauto, Aristófanes, Lorca, Buero Vallejo, Shakespeare o Valle-Inclán, ese hombre del pasado mañana. Y, sobre todo, me gustaría poder darles las gracias.