Extremadura en la mochila

La última calada del torero Alejandro Talavante en Mérida

Alejandro fumaba. Lo hacía sin saber aún si acariciaría la gloria. Aspiraba ese cigarro, calada tras calada. El bullicio de la plaza no le impedía perder la concentración en el humo y la nicotina. Iba a ser el nuevo emperador de Mérida

Alejandro Talavante aspira su cigarrillo antes de iniciar ayer sábado su corrida en Mérida, donde salió por la Puerta Grande.

Alejandro Talavante aspira su cigarrillo antes de iniciar ayer sábado su corrida en Mérida, donde salió por la Puerta Grande. / Miguel Ángel Muñoz

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Al callejón sólo tienen acceso unos pocos privilegiados: el médico, la veterinaria, secretarios, cámaras de televisión, periodistas, fotoperiodistas y unos cuantos más. La acreditación a este lugar vetado para muchos requiere de un proceso administrativo avalado por la Junta de Extremadura y que tiene mucho que ver con garantizar las condiciones de seguridad, pues estar delante de un morlaco de 480 kilos de peso, a una distancia de apenas dos metros, no es desde luego moco de pavo.

Pero antes de empezar la faena, ese callejón permite no solo ver de cerca a los toros, negros o ‘coloraos’ a gusto del ganadero, sino también a las estrellas de la tauromaquia que unos minutos después se jugarán la vida en el coso de San Albín, por el que ya pasearon antaño su palmito Manolete, Antonio Ordóñez, Paquirri o Joselito.

Público en el Restaurante San Albín, ayer.

Público en el Restaurante San Albín, ayer. / Miguel Ángel Muñoz

Antonio Rodríguez (guardián del coso) y Javier García-Baquero (encargado del museo taurino), seguramente merecen un monumento en Mérida por lo que están luchando para que el mundo del toreo haya puesto este pasado fin de semana todos sus focos en una faena de relumbrón que ha vuelto a hacer de la ciudad del Guadiana la capital del Imperio Taurino.

Fue la del sábado la Corrida de Primavera, tres cuartos de entrada, con toros de El Pilar, desiguales en juego y justos de fuerza en líneas generales. Allí estaba Morante de la Puebla, silencio y oreja con petición de la segunda, que hizo buenos lances con la muleta y estuvo bien con el capote, pero que seguramente esté guardando su munición para San Isidro.

'Roca, eres un romano'

Luego estuvo Roca Rey, que con sus dos orejas y su oreja en el último salió por la puerta grande. A Roca Rey el público lo bautizó como ‘El Romano de Mérida’ cuando a grito ‘pelao’ unos aficionados le piropeaban: ‘Roca, eres un Romano’, al tiempo que le lanzaban un lote de jamón ibérico, que ya se acabaron en las plazas (gracias a Dios) las bragas y los sujetadores que le tiraban a Jesulín de Ubrique con la Esteban y la Campanario en todo su apogeo. Y eso que se rumoreó la presencia en los tendidos de la siempre estilosa Victoria Federica. Finalmente la nieta de los reyes eméritos, fan del diestro peruano, evitó que con su ausencia se hablara más de la monarquía del papel couché que de lances y ovaciones.

Roca Rey torea con el alma, el cuerpo le da igual. «Decid que esto ha salido todo muy bien porque si no, al año que viene no los vuelven a traer», aconsejaban dos aficionados a este diario, conscientes de que el toro, mal que les pese a algunos, es una de las fuentes de mayor riqueza de nuestra tierra.

El diestro encandila, aunque a uno de sus banderilleros le endiñara esta frase uno del público, con el gracejo que sólo tienen los de Mérida: «Ibas una mijina tumbao». Bromas aparte, lo cierto es que Roca se enfrentó a uno de los animales de 453 kilos con un brío que te puedes morir.

Cabeza de toro en San Albín, en Mérida.

Cabeza de toro en San Albín, en Mérida. / Miguel Ángel Muñoz

Y cierto es también que no hay buena corrida si no hay buena banda y si no se le pide a la banda que afine con la trompeta. Y eso hicieron en Mérida mientras un público entregado sacaba los pañuelos blancos a Roca Rey, bendecido ya por los dioses una vez asegurada con justicia su puerta grande. Luego se marchó en una furgoneta Mercedes mientras una legión de fans seguía incansable con la petición de autógrafos.

MIembros del Club Taurino Cacereño, ayer en Mérida.

MIembros del Club Taurino Cacereño, ayer en Mérida. / Miguel Ángel Muñoz

Pero el día estelar de la Corrida de Primavera comenzó por la mañana. Es costumbre que los taurinos se citen en el Restaurante San Albín, situado en los bajos de la plaza, donde se pasaron un poco con las cañas a 3 euros. Daba igual. Estaba hasta la bandera. Fueron los del Club Taurino Cacereño y muchos de Portugal. Ambientazo, cola en los lavabos y un cortador de ibérico que arañaba una pata que quitaba el sentío.

Cortador de jamón en el Restaurante San Albí, de Mérida.

Cortador de jamón en el Restaurante San Albí, de Mérida. / Miguel Ángel Muñoz

Luego, cita en el Carlitos (que está por Suárez Somante) con una longaniza de primera, y El Barrilito, con Javier Baeza y Maira Gutiérrez en la calle Muza, donde los de Canal Extremadura alegraban una tarde que prometía.

Alejandro Talavante con uno de los miembros de su cuadrilla.

Alejandro Talavante con uno de los miembros de su cuadrilla. / Miguel Ángel Muñoz

Entretanto, allí estaba él, imponente en el callejón, Talavante, de nombre Alejandro, que no Alex ni Jandro, no, Alejandro, con todo el poderío de su nombre, Talavante, con toda la bravura de su apellido.

Oreja y dos orejas, con petición de rabo y Puerta Grande para volver la plaza de Mérida a hacer historia desde que abriera sus toriles en 1914.

En el quinto de la tarde Talavante desata el delirio. Público en pie. El extremeño hinca una rodilla en la arena. Entre el grito ensordecedor de «¡Torero, torero!», Alejandro requiere a su cuadrilla tras el estocazo: «¡Dejadlo, dejadme a mí!» y con el dedo señalador constata que el morlaco ha caído.

Otra imagen de Talavante antes de entrar a la plaza, ayer en Mérida.

Otra imagen de Talavante antes de entrar a la plaza, ayer en Mérida. / Miguel Ángel Muñoz

Justo dos horas antes de la hazaña, Alejandro fumaba. Lo hacía sin saber aún si acariciaría la gloria. Aspiraba ese cigarro, calada tras calada. El bullicio de la plaza no le impedía perder la concentración en el humo y la nicotina. Poco después de esa calada, y también con un lote de jamón en su fundón, Talavante era ya el nuevo emperador de Mérida.

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