En mi atalaya
Casa Benito, en Mérida y de Mérida
Su gran especialidad era el trato con la gente
Soy de esos amantes de barra a la antigua que añoran las tascas, tabernas y bares en los que conocía el nombre de camareros y dueños e incluso ellos conocían el mío, entre otras razones por el tiempo de estancia delante y detrás la barra de unos y de otros. Eran aquellas ya lejanas cantinas sin televisión en los que la tasca no era la madera, ni las mesas ni los chatos de vino, eran las personas, pongamos que hablo de los Briz, Nevado, Chinche o... ahí quería llegar yo, Pepe y Manolo Romero, los de Casa Benito, aquellos de los que su gran especialidad era el trato con la gente (un sitio muy familiar); conseguían que su clientela se sintiera como en casa. Leo que cierra, para después abrir, Casa Benito. Error.
Casa Benito cerró el 12 de junio del 2003 tras 133 años en danza, era el más veterano de Mérida. Y no volvió a abrir. Lo que vino después era otra cosa por más que mantuviera el nombre porque, con los Romero, Casa Benito era incomparable. Mi cuate Fernando Delgado, «filius Valhondus», maestro en buenos tragos, contaba en este mismo Periódico Extremadura, como su padre el insigne don Jesús Delgado Valhondo tenía allí una tertulia literaria (y vinícola) con personajes como Esteban Sánchez, Manuel Pacheco, Luis Álvarez Lencero o Juan José y Antonio Poblador; de hecho don Jesús compuso allí, sentado en una mesa con un bic en la mano, un memorable alegato al vino denominado «Saber beber».
Claro que Fernando, de casta le viene al galgo, tampoco anduvo corto de tertulias en el Benito tras la mirada de Manolo Romero en la barra y, en su silla de siempre, en su sitio de siempre y con un puro en la boca como siempre, Pepe Romero. Cerca Ana y Manuel Romero ojo avizor de la clientela. Cómo sería Casa Benito que te atendían Francisco y Andrés Salguero con cuarenta años de servicio entre sardinas, lengua, hígado en salsa o su apostólica ensalada de patatas con tomate y pimiento, algo digno del nuevo testamento (vital). Ahora por mor de los tiempos, ni los camareros tienen aquel nivel ni mantienen aquella conversación, tendiendo a lo trifásicamente rarito e incompetente, salvo honrosas excepciones (otro día hablamos de la profesionalidad de la hostelería en Mérida). Será que nosotros nos estamos volviendo…maduritos y aquellas buenas barras ya son solo recuerdo de tiempos en los que había que encontrar el punto de equilibrio entre el disfrute y el atragante. Y mientras aquellas tabernas eran la mejor expresión de la cultura de un pueblo, de su idiosincrasia, el arte de vivir en la capital extremeña, donde se comprendía la alegría de beber y la tristeza de no beber, donde a malos tragos, buenos tragos, ahora, que nada volverá a ser como antes, todo parece igual, sin ranas, morros, ni ensaladas de patatas, tomates y pimientos. Sin la Biblia de los bares de Mérida.
Rafael Angulo es periodista
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