la historia taurina de la capital extremeña

Cuando el Teatro Romano de Mérida fue una plaza de toros

En 1777 se solicita el permiso a Carlos III para llevar a cabo cuatro corridas en el solar del monumento. Fabián Lavado, bibliotecario del Consorcio de la Ciudad Monumental, explica el insólito pasado de la gran reliquia emeritense

La afición de la capital extremeña por la tauromaquia es evidente. Y en el pasado... más todavía. La mejor prueba está en los diferentes cosos que han existido en Mérida. Festejos no faltaban, y público tampoco. Aunque el recuerdo lejano de muchos emeritenses pueda llevar a la conclusión de que la plaza de toros del Cerro de San Albín ha sido (casi) el único lugar en el que se ha celebrado corridas de toros y que ambas historias han corrido de la mano desde que el coso abriera sus toriles en el año 1914, la pasión por el arte del toreo es bastante más antigua en el calendario de la ciudad y llama la atención que hasta la construcción de este emblemático albero que conocemos hubo nada menos que otros dos. Cada uno de ellos tuvo su protagonismo a lo largo de los siglos, porque los primeros escritos sobre la lidia de los astados en las plazas de toros de la localidad datan del siglo XVIII. Pero, ¿dónde tenían lugar estos festejos? El sitio no era otro que el Teatro Romano, conocido en aquella época como Las Siete Sillas y aprovechado para la construcción de un albero.

«Las primeras corridas de toros se hicieron en la plaza de España donde aún quedan restos de los goznes de las puertas que servían de cierre al ruedo y el espacio era aprovechado -nunca mejor dicho- como el epicentro de toda la vida social, cultural, administrativa y política. Incluidas las corridas de toros. En 1777 se solicita el permiso al rey Carlos III para llevar a cabo cuatro corridas en el solar del Teatro Romano (antiguo mayorazgo de Alonso Moreno de Alba, padre del historiador Moreno de Vargas), cuyos beneficios irían destinados al levantamiento de un cuartel para alojar a las tropas y aliviar a la población local de este servicio. Albañiles y carpinteros trabajaron a fin de convertir el teatro en plaza de toros, que consistió en el aprovechamiento de su semicírculo para cerrar el coso. De esta forma, se formaba un ruedo admirable, perfecto para la lidia de reses bravas. Los planos del proyecto fueron encargados al arquitecto Fernando Rodríguez y las obras tuvieron un coste de unos 84.495 reales», explica a El Periódico Extremadura el bibliotecario del Consorcio de la Ciudad Monumental Mérida, Fabián Lavado.

Ahora bien, ¿de dónde salían los toros? ¿cómo se organizaba el espacio para las reses? «La respuesta continúa sin despejarse del todo, aunque todo apunta a que se habilitó un espacio para los animales y estaba vigilado para garantizar la seguridad ciudadana», señala Lavado. El público también se distribuía por el coso en función de las clases sociales, como no podía ser de otra manera: el pueblo se situaba de pie en el contorno de la plaza y protegido por los listones de madera, mientras que las autoridades municipales, militares y eclesiásticas y la aristocracia se repartían entre las mejores localidades del graderío. Las excavaciones arqueológicas borraron el recuerdo físico de aquella plaza de toros, pero no el sentimental de tantos aficionados. El ruedo quedó abandonado a finales del siglo XVIII y solamente se conservan algunos documentos gráficos.

«En esa fecha ya estaría abandonada y presentaba muy mal estado, pues se denunciaba que se extrajo de ella madera y techedumbre. Larra (escritor, periodista y político español) en su visita a la capital autonómica en 1835, preguntó a su particular cicerone qué se celebraba allí, cuando vio el teatro con el añadido que cierra el redondel, respondiéndole éste que corridas de toros. En 1851, Nicolás Macías, vecino de Mérida, solicitó al ayuntamiento local reedificarla de nuevo, quedando tal y como se halla la parte que se considera romana, pero quedó denegada la petición. La siguiente plaza de toros se ubicó en la avenida Fernández López, en el corralón de Antonio Pacheco. Las obras fueron encargadas al sevillano Andrés Fernández y el coso era de madera. En esta plaza, se recuerdan grandes momentos: El 11 de noviembre de 1883 fue inaugurada por el torero Antonio Fernández ‘El Amiguito’ con toros de Juan Romero Falcón», finaliza el bibliotecario del Consorcio, Fabián Lavado con amabilidad. Pese al paso de los años, ambos alberos son ya historia de Emérita Augusta y dieron faenas inolvidables.

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