En mi atalaya

Con la venia

Imagen de la Virgen.

Imagen de la Virgen. / Antonio Amores

Rafael Angulo

Rafael Angulo

En mi Hermandad la Semana Santa dura todo el año pero empieza fuerte tres meses antes del Domingo de Ramos, ese día en los que -toco madera de trabajadera- alguien, escrutando el cielo de la barriada, golpea el llamador y tras una oración dice: “Adelante la Cruz de Guía” y, con ese golpe, comienza la Semana Santa de Mérida. Pero antes llega la “igualá”, completar la cuadrilla, aleccionar a las nuevas, los ensayos, las túnicas, la costurera, las cuotas, el certamen de marchas procesionales, triduo, Adoración solemne los miércoles (que para eso somos Sacramental, Penitencial y, por tanto, Eucarística) y tantas pequeñas y no tan pequeñas cosas más que forjan los cimientos y raíces, profundas, de una Cofradía. Y hacer Cofradía, Hermandad, es hacer también Parroquia aunque parezca obviedad, pero en estos tiempos de confusión hasta lo obvio debe ser remarcado para no errar el rumbo.

La “venia” para nosotros, es un acto sencillo y simbólico, en una Cofradía tupida de símbolos, donde en su puerta se solapan palquillo, patíbulo y zaguán; a la venia, con el paso del tiempo, suelo ir y venir con añoranzas pues es inicio de mi estación de penitencia pero, también, imagen significativa del discurrir de nuestra procesión y de la celebración de la Semana Santa. No deja de sorprender, y ojalá siempre mantenga la capacidad de sorpresa, que esta peculiar “venia” de La Cena comenzara de manera casual, como tantas otras costumbres, para convertirse en tradición de Domingo de Ramos. Y no es la primera tradición espontánea de esta bendita Hermandad, ya los sábados de pasión, un día antes del Domingo Mágico, hace unos años las costaleras del Palio de Nuestra Señora del Patrocinio de manera natural y sencilla ofrecían un clavel a la Señora de Dulce Nombre, por razones que solo ellas y la Virgen del Patrocinio saben. Se sumaban así a la costumbre de uno de los primeros nazarenos de La Cena, del que no voy a dar el nombre aunque empieza por G, que siempre ofrecía (y ofrece) un ramo de rosas rojas a la Virgen.

Pues, caramba, a esta ofrenda sencilla se han ido sumando además de todas las costaleras, feligreses, parroquianos, emeritenses todos, de tal manera que estoy por poner un puesto de flores este sábado en la garantía de hacer caja, si no fuera porque mi estimada Fátima se me enojaría y Dios me libre de semejante afrenta. Hay un algo mágico que da esplendor a ese clavel en manos trémulas y un brillo especial al Palio y a Nuestra Señora, quizá sea la ilusión de encontrar algo divino bajo su mirada misericordiosa. Quizá no, seguro.

A todo esto, este Domingo de Ramos la «venia» la pedirá un nazareno de los comienzos, cofrade de cuerpo y alma de la Hermandad: se llama Chema y entre otras muchas pasiones es arqueólogo. Y eso que, con la Venia, no me gusta señalar. 

* Periodista