Media vida trabajando a tu lado y todavía te llamo Don Luis, la verdad es que no sé porqué, pero cuando me dirigía a ti me salía espontáneamente, alguna razón habrá por ahí escondida, porque todo tiene su por qué. En el seminario eras «Sevilla», y mi relación contigo se remonta a la década de los setenta, el que escribe con trece o catorce años. Cuando Don Ángel Tejero comenzó a dejarnos irnos algún fin de semana a casa, entre yo, y algún otro, que no nos íbamos y tú (ocho años mayor que nosotros) que tenias a toda la familia en Durango, y por lo tanto no podías irte, se entabló una buena amistad. Nos llevabas el sábado a la misa de los jesuitas en Gómez Becerra, que estaba llena de jóvenes, y el domingo dábamos una vuelta por Cáceres, y eso estaba muy bien. Algún profesor nos dijo después que Luis Sevilla «siempre empieza los exámenes por el Génesis» y eso le da ventaja. En el ochenta y cuatro nos encontramos en Coria, yo en el Seminario y tú párroco de San Ignacio, mis conversaciones contigo hicieron que esas utopías que tienes de cura joven comenzaran a caerse del caballo cuando me contabas tus andanzas en la parroquia en la que ya estuviste poco tiempo. A finales de los ochenta volvimos a coincidir en el Seminario ahora como formadores de distintas comunidades. Y aquí ya hay anécdotas y recuerdos para dar y tomar, de todos los colores y de todos los sabores. Solo me quedo con dos más personales: las subidas al Calvitero al terminar los Seminarios de Verano en Aldeanueva del Camino y el Salugral, y el viaje a Madrid a las tantas de la madrugada para llevar de vuelta a Kenia al que fue el primer seminarista africano en nuestra diócesis, Anthony Kitheka. Si tuviera que destacar algo de ti diría, primero, siempre fuiste un cura diocesano, la Diócesis por encima de todo. Y segundo, eras lo que se dice en nuestra tierra «un hombre bueno», eras de esas personas a las que le puedes dar la espalda. Muchos, más inteligentes que tú podemos elaborar proyectos y programaciones muy o poco estructuradas pero que se quedan en nada, son fuegos artificiales, castillos de naipes, porque les falta el ingrediente fundamental de la bondad del que tú eras maestro. Gracias amigo.