El sistema que se utilice para producir agua caliente sanitaria puede proporcionar ahorros de hasta un 70% y suele estar ligada a la calefacción. Los sistemas existentes son tan variados como las combinaciones posibles entre fuentes de energía y equipos. Básicamente son los que generan agua caliente consumiendo energía eléctrica, gas o solar, aunque hay otros que usan la biomasa, el calor del suelo o el del aire, que suelen emplearse para simultanear la producción de calefacción y agua caliente.

El sistema de calentamiento mediante termos o calderas eléctricas es el menos recomendable por ineficiente al utilizar una resistencia eléctrica y, por tanto, con un rendimiento con respecto a energía primaria de menos de la mitad, es decir, necesita el doble de energía primaria que la energía térmica útil que genera.

Las calderas de gas pueden ser: atmosféricas que utilizan el aire del interior del inmueble para la combustión y cuya fabricación está prohibida por su peligrosidad, estancas que toman aire del exterior y a éste vierten los gases de combustión y de condensación que reutilizan el calor latente de los gases de combustión obteniendo rendimientos hasta del 109%, ahorrando hasta un 35% de energía y dejando de emitir el 75% de CO2 respecto a una convencional, pagando su coste con el ahorro que produce durante 4 años.

La solar térmica genera agua caliente al captar la radiación mediante colectores por el que circula un fluido que a su vez calienta el agua de suministro de un depósito. Hay dos tipos: termosifón -el fluido térmico circula sin ser bombeado- o forzado, siendo este último el que mayor rendimiento alcanza. Este tipo de energía cubre el 90-100% de la demanda en verano y el 60-70% en invierno, por lo que requiere energía de apoyo como una caldera de condensación termostática y modulante que sólo eleve la temperatura necesaria.