A María José Santos Robledo un accidente de tráfico le dio un giro a su vida. Le cambió el estilo que llevaba y la manera de ver las cosas que le rodeaban. Se empezó a percatar que cosas que antes le parecían sencillas ahora se habían convertido en un obstáculo que dificultaban su plena independencia. «He vivido las dos situaciones. He caminado y ahora estoy en silla de ruedas. Ahora todo es distinto», comenta.

A su juicio, la desinformación con respecto a este tema es la razón principal de la nula sensibilización de la población. Confiesa que antes de lo ocurrido «no se daba cuenta de que algo tan asequible para mí podría suponer un mundo para otro».

Su día a día es distinto ahora. «Tuve que adaptar mi casa al completo. Si no lo hacía, no podía vivir». El baño, la cocina o las puertas fueron algunas de las cosas que se vio obliga a modificar. Confiesa la suerte que tiene de que su situación económica le permitiese abordar los cambios en su vivienda. Pero no todo el mundo está en la misma situación, por eso reivindica que el gobierno busque soluciones para que niguna persona con discapacidad viva «atrapada» en su casa. «Hay personas que no tienen ascensor o su comunidad no quiere poner una rampa. En ocasiones es el propio egoísmo de las personas el que restringe libertades ajenas», zanja.

Siente que el ocio está muy castigado. «¿Por qué una persona con discapacidad no puede ir a la piscina o a bailar?», se pregunta. Asegura que la mayoría de las veces necesita que alguien la acompañe. «No puedo ir a comprar sola. Tengo que hacer un recorrido mental para saber si los sitios son accesibles». Organizar las vacaciones veraniegas también es un calvario al que está «cansada» de exponerse.

«No quiero que me incluyan. Ya nací en esta sociedad. Quiero convivir y eso significa que lo hagamos todos juntos». Este es el lema de vida de María José Santos y procura inculcarlo. Reitera que el progreso de la sociedad solamente es posible con un «cambio de chip», un eslogan que da nombre a una activida que organiza Cocemfe a través de las cuales intenta concienciar y normalizar entre los más pequeños, con charlas en los colegios, la inclusión de las generaciones futuras.

Recuerda que tras el accidente, el giro que dio su vida «fue muy duro». Pero el apoyo incondicional de su familia la impulsó a buscar otro tipo de aliciente. «Un día dije: se acabó y tiré hacia adelante». Muy orgullosa recalca que «ha encontrado la felicidad de otra manera y que se siente útil para la sociedad». Agradece a Cocemfe el trabajo que diariamente hacen tanto con ella como con el resto de sus compañeros. «La independencia que ahora tengo es gracias a ellos y a su constante trabajo».

Esta asociación le aporta la alegría y la sonrisa que un día perdió pero que, asegura, ha vuelto a encontrar.