Que Albert Pla actúe en Cáceres en medio de toda la polémica generada con sus manifestaciones da vidilla a la ciudad, a los periódicos y al paseante de Cánovas. Se multiplican los comentarios en las "redes sociales", se suceden los juicios sumarísimos y hasta se proponen manifestaciones delante de la puerta del Gran Teatro.

Nunca he asistido a una actuación de Pla y, por lo tanto, no tengo ningún juicio sobre sus cualidades artísticas si las tuviera. Como en todas las manifestaciones artísticas habrá diversidad de opiniones. Si yo fuera el responsable de la programación probablemente no lo hubiera contratado, pero por desconocimiento, no por otra cuestión. Así que, si los responsables han decidido traerlo, sus razones tendrán.

Lo cierto es que todo este asunto me ha traído recuerdos de cuando yo era mucho más joven y acudí, animado por mi juventud, mi curiosidad y mi rebeldía a una función llamada Teledéum que Els Joglars representaba en el desaparecido cine Astoria. La obra fue divertida, como todo lo que hace ese grupo y algo irreverente en algunos pasajes, pero tampoco como para llevarse las manos a la cabeza. Por eso, cuando salimos del cine y nos encontramos con un pasillo de personas -algunas conocidas y muy cercanas a mí- con velas encendidas, interpretando canciones religiosas y profiriendo algún grito que otro, nuestra sorpresa fue mayúscula: el rumor, la maledicencia y el sentimiento habían conseguido que toda esa gente censurara lo que no había visto. En ese momento, me gustaría haber explicado que la obra no tenía nada que ver con lo que se decía pero, se lo aseguro, a nadie le interesaban mis explicaciones, no sea que otro punto de vista les apartara de un momento tan interesante.

No sé qué pensará usted, pero le confieso que toda esta polémica del Pla me ha recordado a Els Joglars y me ha hecho pensar que, a lo peor, no hemos avanzado tanto como creemos si todavía hay quien apuesta por el pensamiento único, si todavía hay quien desprecia la discrepancia o promueve la censura como método efectivo para que alguien no diga lo que piensa. Albert Pla es un mamarracho- o se lo hace; y si se lo hace y atrae más gente a su espectáculo es un mamarracho listo que consigue lo que se propone. Pero si usted no está de acuerdo, como yo, con sus mamarrachadas, no le apedree; simplemente, no vaya.