Ara Malikian (Beirut, 1968) nació con un violín bajo el brazo. Literalmente. Dice que antes incluso de llegar al mundo, su padre, también violinista, ya le había preparado el regalo de su vida. Creció el virtuoso entre cuerdas y ahora, ya con el aplauso unánime de la crítica, recorre el mundo en una gira de homenaje a esos inicios que, por la pandemia, ha tenido que adaptar a un formato más reducido, de la original Royal World Garage a Le Petit Garage. Hoy hace parada en Cáceres (Palacio de Congresos, 21.00 horas).

-Con esta gira ha querido volver al principio, a los primeros pasos.

-Cuando vivíamos en el Líbano, debido a los bombardeos, estábamos metidos muchas horas en los sótanos y ahí empezó mi amor a la música. En esa situación otros empezaron a bailar, a tocar, empezamos a hacer fiestas y éramos felices a través de la música.

-Ahora con la pandemia, ha pasado de llenar estadios a aforos más reducidos, ¿cómo lo lleva?

-Siempre estoy agradecido por tocar, soy igual de feliz, ya sea para 10.000 o para 10 personas. Estos conciertos en aforos más limitados han sido muy emotivos porque se ha creado algo nuevo, la solidaridad con el público ya que se lo piensa varias veces antes de venir y estás muy agradecido.

-Sube escena con Iván ‘Melón’ Lewis al piano, muy unido a Cáceres, ¿supone mayor responsabilidad tocar en su casa?

-Todos los escenarios del mundo tienen la misma importancia. Es un ritual, tienes la responsabilidad de hacer feliz a los que tienes delante de ti, entras en un trance en el que solo existe la música y la energía del publico .

-Para algunos compañeros de profesión el confinamiento ha sido creativo y para otros no, ¿en qué parte de la balanza está?

-He pasado de 3 o 4 conciertos a la semana a disfrutar de mi familia. He sido afortunado porque todo mi círculo cercano ha tenido y tiene salud. Compuse muchísimo, material para dos discos, y grabé lo que saldrá el año que viene.

-¿Qué habría sido si no se hubiera dedicado a la música?

-Hace un año tuve un accidente y una lesión importante en el hombro y no pude tocar durante tres meses, ahí le di muchas vueltas. A algo del mundo del arte.

-Además, su estética, su forma de interpretar en el escenario han roto con el estereotipo de músico clásico.

-No fue de un día al otro. Tenía un sueldo fijo y dejé todo para tener una vida más bohemia y disfrutar más. Las academias me dieron la disciplina pero no la libertad de creación ni la fantasía, eso lo tenía que buscar yo. Ahora no tengo la presión de seguir un protocolo, unas reglas que me impone la tradición, yo hago la música que me gusta, eso se llama libertad y para un artista lo más importante es ser libre. Hay que arriesgar y equivocarse.

-La cultura ha sido imprescindible para sobrellevar estos meses, ¿comparte aquello de que la música salva?

-La música no salva de la muerte pero cambia a las personas. Conciencia, sensibiliza. Cualquier niño que tenga acceso a la belleza del arte será respetuoso hacia los demás, hacia las diferencias de las culturas, las opiniones, no se dedicará a despreciar otros puntos de vista ni otras opiniones.

-Es un sector también golpeado por la crisis, ¿cómo lo vive?

-Estoy muy preocupado, porque yo he podido trabajar pero el 95% de los compañeros sin poder girar, sin tener conciertos y eso no afecta solo los músicos sino a los técnicos, hay una industria muy grande que está parada, vives el día a día pendiente de decisiones que no entiendes, pero aquí estamos, intentando luchar y seguir adelante, el arte ha sobrevivido a guerras y pandemias y seguirá.