Amador Pérez Macarro, casado con Priscila Morgado, eran de Monroy. Él estuvo durante un tiempo probando suerte en Barcelona trabajando como oficial de albañil hasta que optó por venirse a Cáceres, donde se puso a trabajar en la construcción con Jesús Gallego, que luego fundó la empresa Bujacosa y que hicieron edificios célebres como el de la Tesorería de la Seguridad Social de Cánovas o el del Descubrimiento, aunque en realidad la verdadera vocación de Amador era la hostelería, de manera que no tardó en abrir su primer bar, al que puso por nombre El Coto, que estaba en un zaguán de la calle Nidos y que regentó durante varios años.

Fue en 1957 cuando Amador se enteró de que en la calle Parras se traspasaba el bar Los Porrones, que estaba enfrente de Helados Camy, que llevaba Luis Gónzalez Cascos. La calle Parras era en esa época una vía muy concurrida; allí estaban la delegación Celtia de los laboratorios Couper, el hotel Álvarez y los Alféreces Provisionales (un club de los oficiales del Ejército donde se celebraban bailes).

Aquel bar no tardó en hacerse de una gran clientela: hasta él acudían los funcionarios de Hacienda, que estaba en Santo Domingo, los del ayuntamiento, y los militares. Pero en 1964, compañeros de profesión le sugieren a Amador que se traslade a un sitio con más actividad y le recomiendan la plaza Mayor, que en aquel momento era el centro comercial de la ciudad. Así fue como Amador puso su mirada en la calle General Ezponda, también conocida como calle de los Vinos, donde el local que ocupaba la Droguería Pizarro estaba en traspaso.

General Ezponda era en ese tiempo una zona de boyantes negocios y castizas bodegas como Almacenes Mendoza, Máquinas Singer, papelería Sanguino, la sastrería de Pepe Santos, la pastelería de Carlos Becerra, la joyería Bomar, la bodega de los vinos dulces de Celestino, las Damas Apostólicas, la frutería de Aquilino o el antiguo Pato, que luego fue El Cisne Negro, que lo llevaba Peloto y que se hizo famoso por las ranas y el lagarto.

Amador tenía muy buenos clientes, entre ellos Luis, Manolo y Julián, tres funcionarios de Hacienda que se jugaban la ronda a los chinos. A mediodía el bar era un hervidero de vinos y cañas frecuentado por los Plata, todos ellos pescaderos como Antonio, Ramón, Bernabé o Vito, conocidísimos en Cáceres. En 1969 los hijos de Amador ya habían cumplido entre 16 y 18 años y se metieron a fondo en el negocio de su padre. Llegó en aquella época a la ciudad la moda de las sinfonolas, y así fue como Manolo y Félix, pupilos de Amador, contactaron con don Antonio Colomo, que era distribuidor de las recreativas para Extremadura y que vendía futbolines, máquinas de petacos y, por supuesto, sinfonolas. A través de unos pulsadores la sinfonola te clasificaba los discos. Para ello había un listado con las letras del abecedario y unos números del 1 al 10. De modo que el A-1 era ‘Marionetas en la cuerda’, de Sandy Shaw, el A-2 ‘Pasaporte’, de Los Brincos, el B-1 ‘Yellow Submarine’, de The Beatles, el H-5 ‘Extracto de pollo en lata’, de Los Canarios... y así cientos y cientos de canciones, al precio de 2 pesetas la canción, o a 5 si ponías tres.

La Laboral

En los años 70 se abre la Universidad Laboral de Cáceres y aterrizan en la ciudad las chicas de la Uni, 700 o 1.000 muchachas, ‘qué sabíamos acá’, pero lo ciento es que eran una ‘jartá’ de chavalas que cada sábado a las cuatro de la tarde bajaban del autobús del CEI, se metían en el Amador y no salían de allí hasta las 9 de la noche. Las chicas llamaban a los chicos y, claro, aquello era maravilloso. Todos cantando, riendo, descubriendo el amor en aquel perfecto sustituto del guateque y el pikú en el que se había convertido el Amador.

No faltaban por allí Miguel Barrientos Madrid, Manolo Falcón, Vicente, Fernando Carrero Martínez ‘El Pieru’, Pedro Medina, Manolo Vinagre, los hermanos Joaquín y Víctor Oíz, Paco Centeno, Paco Mangut, José María Salgado, Luis Solana, Jorge Generoso, Paco Leo ‘El Chicho’, y todos los demás. Otros buenos clientes eran los músicos de los grupos locales de aquel entonces como Los Arboles Muertos, Los Universales, Los Yaquis, Los Ídolos o Los Golfines, que acudían al bar ávidos por versionar los últimos éxitos.

El Bar Amador ha llegado hasta la actualidad de manos de Manolo, hijo del fundador, que ha estado 55 años detrás de la barra. Antes de que comience el verano echará definitivamente el cierre. El Amador apagará su luz pero su sinfonola quedará para siempre en la memoria de Cáceres.