Amador Pérez Macarro, hijo de Manolo Pérez y Juana Macarro, y Priscila Morgado Mateos, hija de Justo Morgado y Teodora Mateos, eran naturales de Monroy. Amador se fue a trabajar a Barcelona con un hermano de su madre llamado Feliciano, que tenía una empresa de construcción, y en la capital catalana estuvo cuatro o cinco años como oficial de albañil. Transcurrido ese tiempo volvió a su pueblo para casarse con su novia Priscila. Lo celebraron en la iglesia de Santa Catalina, en una boda muy bonita que luego festejaron junto a sus amigos y familiares con floretas y altramuces.

La pareja buscaba un futuro mejor, así que no tardó en abandonar Monroy y se vino a Cáceres a casa de Aurita, que era hermana de la madre de Priscila, y que estaba casada con Félix. Ese matrimonio residía en el número 90 de la calle José Antonio donde regentaban un bar llamado La Viña. La bodega era pequeñita pero con muchísima clientela porque en la calle Padre Bayle paraba entonces el autobús de la línea regular que iba a Los Cuatro Lugares.

En aquella época, la calle José Antonio era prácticamente el centro de Cáceres. Allí estaba el ultramarinos del señor Felipe, el estanco de los Navarro, la tienda de dulces artesanos, un bar que se llamaba La Parra, una peluquería donde ahora está la churrería Ruiz, y una bolera americana en las escalinatas que van a Margallo donde vivían los Luengo, que tenían ganado. En el barrio también estaba el colegio del Perejil, y en el mismo jardín había un quiosco de chucherías que llevaba la señora María.

El edificio del número 90 tenía el bar La Viña en la planta baja. En el piso principal residían Félix y Aurita, con sus hijos Hortensia y Guillermo, que se fue a la Guardia Civil, donde se hizo policía de Tráfico. En la casa del medio vivían Amador y Priscila, junto a sus seis hijos: Pilar, Félix, Manolo, María, Guillermo y Guadalupe. Cuando Hortensia se casó con Leopoldo, el matrimonio, que se fue a vivir a la planta de arriba, acabaría regentando La Viña.

Al llegar a Cáceres, Amador se puso a trabajar en la construcción con Jesús Gallego, que luego fundó la empresa Bujacosa y que hicieron edificios célebres como el de la Tesorería de la Seguridad Social de Cánovas o el del Descubrimiento. Los fines de semana Amador ayudaba en el bar a Félix y a Aurita y así fue como empezó a entrarle el gusanillo por el negocio de la hostelería.

El Coto

Muy pronto Amador abriría su primer bar. Se llamaba El Coto y estaba en un zaguán de la calle Nidos y lo regentó durante dos o tres años, hasta que en 1957 se enteró de que en la calle Parras se traspasaba el Bar Los Porrones, que estaba más abajo de Casa Luciano, que luego fue el Burladero de Galvao, y de Casa Juan. Cuando Amador llegó a Los Porrones, Los Porrones dejaron de llamarse Los Porrones para llamarse Bar Amador.

El Amador estaba enfrente de Helados Camy, que llevaba don Luis González Cascos. La calle Parras era en ese momento una vía muy concurrida. Allí estaba la delegación Celtia de los laboratorios Couper, el hotel Alvarez, una tintorería, una frutería, y los Alféreces Provisionales (un club de los oficiales del Ejército donde se celebraban bailes).

Muy pronto el bar Amador empezó a hacerse de una buena clientela. Hasta él llegaban funcionarios de Hacienda, que estaba en Santo Domingo, funcionarios del ayuntamiento, y militares de la zona. Para entrar en el Amador había que subir dos escalones. La barra estaba a la derecha, y enfrente había dos mesas de mármol con pie de hierro. Al fondo, subiendo otros dos o tres escalones más, te encontrabas con una habitación muy grande con mesas y sillas para las raciones, y dentro, la cocina, donde la buena de Priscila preparaba sus famosos callos y morros con tomate.

En el bar Amador se servía vino tinto en garrafas que traía de Valdefuentes el señor Domingo Solano y que venía a Cáceres todas las semanas. Entonces los hijos de Amador sacaban con un carrillo las garrafas y las rellenaban con vino de los toneles de la furgoneta del señor Domingo Solano. El negocio funcionaba tan bien que Amador y su familia decidieron trasladarse a vivir a la calle Parras al piso que estaba encima del bar.

En el bloque vivían puerta con puerta con la señora Eva, que su marido era comercial y viajante y tenían dos hijos: Mari Carmen y Juan José. También residían la señora Juanita, casada con el señor Juan Vinagre, que era sastre del hospicio del San Francisco. La señora Juanita hizo mucha amistad con Priscila, así que cada mañana cuando Priscila iba a por churros, también le compraba a la señora Juanita. Entonces Priscila salía al patio y decía: "Juanita, que están aquí tus churros", y Juanita sacaba una lechera de cinc en la que metía el dinero de los churros, la ataba a una cuerda y la dejaba caer por la ventana para que Priscila introdujera el suculento manjar de primera hora del día.

En esa época Amador animó a su hermano Manolo a que se viniera a Cáceres al enterarse de que el bar La Parra de la calle José Antonio estaba en traspaso. Cuando Manolo, con tan solo 31 años, fallece trágicamente a consecuencia de una enfermedad de riñón, Amador le pide a su hermana Guadalupe, casada con Fulgencio Alía, que llevaba el Casino de Monroy, que se ocupe del negocio. Con ellos, los padres de Amador también se vinieron a Cáceres, donde su madre, Juana, que era hermana de la Romuada, cogió un puesto en la plazuela de Santo Domingo donde vendía el pan de inolvidable sabor que hacía su hermana.

En 1964, compañeros de profesión sugieren a Amador que se traslade a un sitio con mayor actividad que la calle Parras y le recomiendan la plaza Mayor, que en aquel momento era el centro comercial de la ciudad. Y Amador elige General Ezponda, conocida por todos como la calle de los Vinos, donde el local que ocupaba la Droguería Pizarro acababa de quedarse vacío porque sus dueños eran mayores y traspasaban el negocio. La droguería Pizarro tenía unas estanterías de madera hasta el techo, con cajones y lejas y una puertita para acceder a la trastienda. De aquella droguería hizo Amador el que con el tiempo se convertiría en un referente de la movida cacereña, en el emblema de la calle de los Vinos: el Bar Amador.

Negocios y bodegas

General Ezponda era en ese momento una calle de boyantes negocios y castizas bodegas. Allí convivían Almacenes Mendoza, papelería Sanguino, Máquinas Singer, la jefatura provincial del Movimiento, la sastrería de Pepe Santos, la peluquería, la pastelería de Carlos Becerra, la joyería Bomar, al lado Pañerías Lanel, de los Prieto, Autoservicio Aparicio, la bodega de los vinos dulces de Celestino, el colegio de las Damas Apostólicas, la frutería de Aquilino y el antiguo Pato que luego fue El Cisne Negro, que lo llevaba Peloto y que se hizo famoso por las ranas y el lagarto.

Amador tenía muy buena clientela. Hasta él bar acudían de los juzgados, del mercado del Foro de los Balbos... No faltaban Luis, Manolo y Julián, tres funcionarios de Hacienda que se jugaban la ronda a los chinos. También bajaban de la diputación, institución donde entonces estaban los mutilados de guerra, así que era fácil ver allí a don Andrés Barquilla, a don Marcelo, a don Justo Méndez y a don Antonio Pereira, que eran militares. Al mediodía, Amador era un hervidero de vinos y cañas frecuentado por los Plata, todos ellos pescaderos como Antonio, Ramón, Bernabé o Vito, conocidísimos en Cáceres.

En 1969 los hijos de Amador ya habían cumplido entre 16 y 18 años y se metieron a fondo en el negocio de su padre. Llegó en aquella época a la ciudad la moda de las sinfonolas, así que los hijos de Amador pensaron que era el momento de darle una vuelta a aquel local. Manolo y Félix, dos de los pupilos del bueno de Amador, contactaron con don Antonio Colomo, que era distribuidor de las recreativas para Extremadura y que vendía futbolines, máquinas de petaco y, cómo no, sinfonolas. Así que no lo dudaron un segundo y compraron una de aquellas sinfonolas que venían en un mueble parecido a las máquinas de tabaco actuales.

Discos por catálogo

La sinfonola tenía un cristal transparente donde se depositaban los discos en un carro metálico. Manolo y Félix compraban los discos en la Casa Récord de Madrid, que los vendía contra reembolso y a buen precio. Récord enviaba los catálogos con los hit parade del momento y aquello fue la bomba.

A través de unos pulsadores la sinfonola te clasificaba los discos. Para ello había un listado con las letras del abecedario y unos números del 1 al 10. De modo que el A-1 era Marionetas en la cuerda , de Sandy Shaw, el A-2 Pasaporte de Los Brincos, el B-1 Yellow Submarine de The Beatles, el H-5 Extracto de pollo en lata de Los Canarios... y así cientos y cientos de canciones, al precio de 2 pesetas la canción, o a 5 si ponías tres.

En los años 70 se abre la Universidad Laboral de Cáceres y aterrizan en la ciudad las chicas de la Uni, 700 o 1.000 muchachas, qué sabíamos acá, pero lo ciento es que eran una jartá de chavalas que cada sábado a las cuatro de la tarde bajaban del autobús del CEI, se metían en el Amador y no salían de allí hasta las 9 de la noche. Las chicas llamaban a los chicos y, claro, aquello era maravilloso. Todos cantando, riendo, descubriendo el amor en aquel perfecto sustituto del guateque y el pikú en el que se había convertido el Amador.

No faltaban por allí Miguel Barrientos Madrid, Manolo Falcón, Vicente, Fernando Carrero Martínez El Pieru, Pedro Medina, Manolo Vinagre, los hermanos Joaquín y Víctor Oíz, Paco Centeno, Paco Mangut, José María Salgado, Luis Solana, Jorge Generoso, Paco Leo El Chicho, y todos los demás. Otros buenos clientes eran los músicos de los grupos locales de aquel entonces como Los Arboles Muertos, Los Universales, Los Yaquis, Los Idolos o Los Golfines, que acudían al bar ávidos por versionar los últimos éxitos.

En 1971 fallece Priscila y vienen años duros donde, ante la ausencia del alma máter, la familia debe tomar algunas decisiones: contratan a una chica para la cocina y a otra para la casa. Manolo y Guillermo se ocupan del Amador y de unos futbolines que abrieron enfrente. Félix marcha a Madrid, donde compagina la hostelería con la policía armada. De vuelta a Cáceres, Félix abre Mocambo en La Madrila, cafetería muy conocida por los pollos asados, hasta que regresa a Ezponda para montar junto a su hermano Guillermo, tristemente fallecido, El Gran Mesón, que triunfó durante la época dorada de la movida.

Félix se casó con Concha Rodríguez en San Mateo y los celebraron en el Alvarez de la calle Moret. Fueron padres de dos hijos: Ricardo y Félix, y tienen dos nietos: Jesús y Paula. Desde 1996 Félix regenta en Los Castellanos el Mesón Los Olivos. Su hermano Manolo continúa en el Amador, ese bar de la calle de los Vinos donde las chicas de la Uni descubrían el amor al ritmo del Yellow Submarine que cada tarde de sábado entonaba una bella sinfonola.