En los años cincuenta, aunque no se había inventado el turismo de masas, había Semana Santa en Cáceres. Sabías que se avecinaba porque un día aparecían en casa las Indulgencias. Unos papeles que se compraban en el obispado y que te permitían no ayunar ni hacer abstinencia los viernes de cuaresma, excepto el miércoles de ceniza y viernes santo que no tenían precio. Durante este tiempo litúrgico proliferaban los ejercicios espirituales, para todas las categorías y empleos de los cacereños.

En los centros escolares, en las empresas y gremios, para hombres, para mujeres, para casados- Se inauguraba la semana con la procesión de la Burrina. De viernes a sábado se cerraban los cines, y los bares durante las procesiones. Muy celebrada era la de la Virgen de la Esperanza pues se lucían las mantillas.

Sin embargo la más espectacular era la del Entierro, reservada exclusivamente para los hombres, que ya se sabe que son poco propensos a la expresión pública de su fe y por eso llamaba más la atención. Desfilaban de diez en fondo y se contaban las filas para proclamar con entusiasmo que "este año había más hombres que nunca".No sé si como compensación había también una procesión para mujeres, la de la Virgen de la Soledad.

Concluía la semana con el encuentro entre la Virgen y el Resucitado que se celebraba en la plaza entre los acordes del Himno Nacional, que se tocaba en muchas celebraciones. Por ejemplo, durante el alzamiento de la Hostia en algunas misas dominicales o al subir la escalera la Virgen de la Montaña. Tras el Encuentro, el párroco de Santa María proclamaba los resultados del sorteo de un cordero que siempre le tocaba a la parroquia. Cosas de la Divina Providencia.