El lunes se armó un follón tremendo en nuestro ayuntamiento. A eso de las doce de la mañana saltó la alarma, comenzaron a sonar los timbres, el personal se puso nervioso y en dos minutos se desalojó el edificio.

¡Con lo que cuesta entrar y hay que ver lo poco que se tarda en salir! Saponi clamaba: "Pero ¿no habíamos tomado medidas de seguridad?" Le contestó el responsable de seguridad: "Pues por eso suena la alarma. Si lo tenemos todo controlado". Insistía: "¿Ha entrado alguien sospechoso?". Un vistazo al libro de visitas. "No. Solamente han entrado dos de tus nietos, un comunista que venía a saludar a Víctor y quien tú sabes que entra y sale como si fuera el propietario del ayuntamiento". La visita de Víctor despertó sospechas. "¿Y al comunista le habéis cacheado bien?" A ese más que a nadie. "Todo controlado, jefe. Solamente traía un periódico, La Razón ".

El jefe montó en cólera. "Entonces no era comunista sino de Blas Piñar o de los nuestros, imbécil. Y no venía a ver a Víctor. Sabe Dios a qué vendría. ¡Investiga!".

El barullo aumentó. Comandos antiterroristas comenzaron a revisar el edificio planta por planta. Las papeleras fueron volcadas, los baños escudriñados, los rincones examinados a fondo, los autos aparcados en las Piñuelas desguazados. Las carteras y maletines destrozados. De repente el caos se apoderó de los presentes, pues al fondo del pasillo apareció una figura humana con un artefacto humeante en la mano.

Allí está. Y tiene una bomba en la mano. A por él.

Cientos de guardias y voluntarios le rodearon en un momento. Hasta que le identificaron. Era Agustín y lo que llevaba en la mano era su puro. Pero la seguridad es tan perfecta que incluso el humo del puro hace saltar la alarma.