Era 25 de noviembre de 1986. El entonces alcalde, el socialista Juan Iglesias Marcelo, y el concejal de Cultura, Juan Bazaga, de un grupo político independiente, se habían desplazado a París para presenciar y llevar buenas noticias a Cáceres. Una comisión de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) se las dio algo pasadas las doce de la mañana. La ciudad había sido designada Patrimonio de la Humanidad. Propiedad y orgullo de todos los humanos del mundo. «Al principio casi no sabíamos lo que era ni qué consecuencias iba a tener. Luego nos dimos cuenta de que puso a la ciudad en un mapa turístico de interés mundial», recuerda Iglesias, de 85 años, que atiende a este periódico desde el salón de su casa en la capital cacereña.

León Pressouyre, profesor en la Universidad de París y miembro del Instituto de Conservación de Monumentos y Sitios (Icomos), se encargó defender la candidatura cacereña en la capital francesa. Ensalzó las formas árabes primitivas, las romanas y la arquitectura de plazas, casas señoriales y palacios de los siglos XV y XVI que cohabitan y embellecen el casco viejo de Cáceres. También rememora el antiguo alcalde, a su manera, aquella ponencia. «Las exposiciones las hacían en francés. Yo conocía algo del idioma pero no lo suficiente como para seguir con detalle todos los argumentos», afirma. Y prosigue. «Cuando llegó el momento, el presidente de la comisión declaró que Cáceres era Patrimonio de la Humanidad. Todos se giraron y nos dedicaron una gran ovación. Y nosotros saludamos complacidos».

Las gestiones para conseguirlo venían de lejos. Lo reconoce el propio Iglesias, quien también alaba la gran comunión que hubo entre los diferentes grupos políticos de la corporación para luchar por el mismo objetivo común. «El entonces Director General de Cultura nos guió en lo que teníamos que hacer. Preparamos un expediente y se lo mandamos un año antes de la fecha de la declaración», dice el exregidor.

Aquel proceso también lo recuerda Marcelino Cardalliaguet, entonces edil, que fue el encargado, además, de transmitirle la noticia al pueblo cacereño en una época sin internet, teléfonos móviles y con solo dos canales de televisión. «Lo habíamos llevado en la Comisión de Cultura. Era algo interno y ni siquiera sabíamos si iba a tener éxito. ¡Cáceres casi ni figuraba en los mapas!», valora Cardalliaguet. También se acuerda de Antonio Rubio, el entonces archivero municipal. «Él ya tenía un par de libros publicados sobre la ciudad monumental y aportó muchísimos datos». Pasaron semanas recabando información y el resultaron lo enviaron a Icomos. Ya solo quedaba esperar contestación.

Y ésta no tardó en llegar. «Al poco tiempo se presentaron un par de miembros de Icomos y nos dijo Juan, a Antonio y a mí: atendedlos vosotros, que sois los que sabéis de patrimonio cultural», afirma. Los representantes de aquella institución se comprometieron entonces a llevar los papeles y escritos a la Unesco. Unos papeles que encumbrarían a Cáceres, a su casco histórico y que pondrían a Santa María, las Veletas o San Jorge en el epicentro de la cultura mundial. «Hice el bando para convocar a todos los cacereños en la plaza Mayor. Fue la noticia más importante de la época», opina Cardalliaguet. La valoración la comparte el propio Iglesias. «Tanto desde el punto de vista de la Cultura y del Conocimiento como de los negocios o la economía, fue el acontecimiento central de mi legislatura. La gente comenzó a venir, a dormir en nuestros hoteles y a comer en nuestros restaurantes típicos».

La celebración comenzó aquella misma noche. El bando, bajo la leyenda ‘Mostremos nuestro contento’, logró congregar a cientos de personas en la céntrica plaza cacereña. Ardieron más de trescientos kilos de pólvora en un gran juego de fuegos artificiales que iluminó la ciudad monumental en una jornada festiva. Bajo aquella luna y a través de la iluminación artificial, la torre de Bujaco lució orgullosa un cartel donde podía leerse: ‘Cáceres, Patrimonio de la Humanidad’.