TEtse túnel que horadan en Santa Marina, para que pase el tren ligero, si llega algún día, puede que presente grandes y graves inconvenientes, porque - nos comenta nuestro amigo Jugimo - coincide con la merita Falla de Plasencia, que tiene allí la piedra dura molida como ceniza.

Volamos por la autopista, y dejamos en los Castaños a la pobre calzada erizada de alcornoques mientras miramos, de soslayo y sin verlos, los cantos rodados del Jerte que forman las murallas almohades de Galisteo.

Adiós, Elena, en Carcaboso, de dulces perronillas; hoy vamos más arriba y no pegaremos hebra contigo sobre ese desmán inexorable de la finca Larios, tú ya nos entiendes, donde tal vez estuvo Rusticiana, la mansio.

En Oliva nos hemos comido una granada de la huerta-jardín de una noble casa que fue hogar de la viuda de Don Rodrigo Calderón, aquel noble al que dieron patíbulo en la Plaza Mayor de Madrid por orden del rey Filipo III. Nos lo cuenta la actual huésped, Inocencia, una amable señora que nos recibe y titubea un poco delante de la cámara de Boni.

Miliarios por acá y por allá, restos, tégulas, fustes, capiteles; la calzada va dejando sus testigos. Aldeanueva del Camino. ¡Tantos recuerdos de antaño, cuando pasábamos por aquí en la Sequeira en pos de los delirios salmantinos!

Del cruce aquel, en la 630, el del avión, a la izquierda, la carretera de Guijo de Grandilla. Los versos de D. José María acuden a la memoria y recitamos: "Yo busqué en el hogar, en que se funda la dicha más perfecta-". Pero avanzamos un poquito más hacia el norte y-¡Roma! ¡Caparra! ¡Por los clavos de Cristo! Centro de interpretación, la puerta principal de la urbs con sus dos medias torres albarranas, el anfiteatro, el Cardo máximo, el cruce con el Decumano y-¡El arco tetrápilo o cuadrifronte!

Hay tanto que ver y mirar, y tanto aún enterrado, que después de unos deambuleos embriagadores en los ecos de aquella vida romana, que tanto queremos, nos vamos a ver el puente sobre el Ambroz, esa maravilla recta.

Baños de Montemayor. Aquellas curvas terribles de antaño que subían el puerto. Baños, balneario, sosiego, soledad, silencio. En Puerto de Béjar nos desviamos por un camino de tierra, que no es sino calzada romana hasta el puente de la Malena, sobre las aguas limpias de Cuerpo de Hombre, que baja de la Covatilla, Por algún lugar estarán, apenas visibles, los restos de Caelionicco, la última mansio en tierras cacereñas, porque Puerto es ya Salamanca. Desde el dicho puente de la Malena vemos como la calzada, recta, se va hacia los llanos salmantinos. Y volvemos.

De regreso paramos un momento a ver la majestuosidad del castillo de Montemayor del Río, en un paraje idílico de bosque decimonónico, que tal es la belleza de un paisaje por el que parece que no han pasado el desolador progreso. Peña Caballera y de nuevo la autovía; pero ahora miramos hacia el sur. Viaje de vuelta.