TTte casas y a los pocos meses es necesario que entables con tu esposa la habitual discusión acerca de la casa en la que cenaréis las noches señaladas y te verás obligado a repartir los días y las noches como todo fiel cristiano. En Navidad cenas en casa de tus suegros. O sea, que estás rodeado de dos decenas de personas a las que no conoces aunque aseguran que les habías conocido en la boda. Está uno en su boda como para fijarse en el personal. Si incluso dudas de haber estado tú mismo.

Antes de la cena comienza el rollo del suegro. Por lo visto lo pasó muy mal en su juventud. Las mantas no eran como las de ahora, la tele en blanco y negro, los coches corrían a 80, las chicas eran de comunión diaria, los padres tampoco eran como los de ahora. El suyo le daba 500 pesetas para toda la semana y por si faltaba poco había un señor que se llamaba Franco que mandaba mucho. Menos mal que te asegura que se había muerto ya. Estás a punto de llorar cuando uno de los cuñados comienza a contar chistes. Eso hace que definitivamente llores. De pronto te rodean los sobrinitos, tan monos, tan graciosos, que desean jugar contigo. Te arrastran por los suelos, te disfrazan de Coco, te pisan, te tiran al suelo y el pequeño hasta te mea en los pantalones.

Durante la cena tu calvario aumenta. La suegra se deshace en servirte y te obliga a repetir de todos los platos de manera que no es que estés lleno ni tengas ardores de estómago sino que temes que el embarazado eres tú. Tras los postres la juerga. Porque la familia de tu esposa es muy divertida. A su manera, eso si. Te rocían con cava catalán, te rodean de serpentinas, te obligan a bailar, a cantar villancicos y a llamar a tus padres para felicitarles y asegurarles que lo estás pasando muy bien. Y los años que te quedan.